Opinión

Ventanas abiertas desde La Chanca

Javier Irigaray | Miércoles 15 de abril de 2015


En París, un joven Juan Goytisolo fraguó efímera amistad al calor del vino, o de alguna siniestra cerveza, con alguien de Villaba, de Ocaña, uno más de Sanlúcar y otro nacido en Huéscar que no era yo.
También conoció a un tal Vitorino, de Almería, que tras la primera botella de vino, ya abrigados y solos, le habló de hambre, iniquidad y miseria, la triple cosecha de muerte que medraba en la ciudad celeste de los cincuenta. Sobre todo para quienes, como él, combatieron contra la injusticia fusil en mano.

El tal Vitorino le habló de un primo suyo que aún vivía en Almería, Antonio Roa ‘el Cartagenero’, pescador y de La Chanca, y el joven escritor emprendió camino de un barrio que no conocía para llevar hasta allí saludos a un extraño.

Goytisolo no encontró a Antonio Roa, pero sí a la mujer, a los hijos y a la suegra de ‘el Cartagenero’, al que la honestidad y la dignidad, como a tantos entonces, había enterrado en alguna de las cárceles erigidas por el Gran Cáncer Señor de Almería y de todo este apéndice de Europa.

La suegra del ‘Cartagenero’, viuda del ‘Batalla’ de Villaricos, lloraba aún a su Juan, el hijo que murió reventado en una fábrica de Grenoble, Edouard Manet Fils, hasta donde llegó para ganarse la vida haciendo lo que nadie quería hacer.

De Grenoble es John Bronces, el fotógrafo heterónimo de Jean Yves Cesbron, al que llevé hace diez días a conocer el barrio de la mano de Mar Verdejo y de Sensi Falán. Subimos al Cerro de las Mellizas, andamos el Barranco Greppi, Plaza Anzuelo, las Canteras Califales. El Cerro del Hambre.

En los poblados de cabezo de la Cultura Argárica, hace más de tres mil años, la parte alta del asentamiento era ocupada por la élite dominante. Aquí, en el barrio que Almería quiso esconder detrás de una hilera de casas y almacenes orillados a la carretera de Málaga, lo más alto es el Cerro del Hambre. Sus habitantes usaban el acento del lugar para nombrarlo como Cerro de Alambre pero, para qué nos vamos a engañar, aquello fue lo que parecía.
La tarde se perdía a medida que ganábamos emociones conversando con la gente del barrio que nos contaba sus historias y episodios cotidianos de sus vidas. Desde el abuelo recién operado que se afanaba en construir una choza de dos pisos para albergar a la familia de su hija cuando viniese a pasar unos días desde Bilbao –que ya no cabemos todos en casa- hasta las niñas que no se casaban de posar sacando morritos y que no estudiaban porque para qué iban a hacerlo cuando sin dar ni golpe aprobaban –que algún día tendremos que mirar qué educación estamos ofreciendo a nuestros hijos-.

El francés me dijo al final de la tarde, con los ojos húmedos y brillantes, que le habían impresionado, sobre todo, los rostros de la gente del barrio. La vida y la dignidad que había visto en ellos. Él no lo sabía, pero eso mismo fue lo que había sorprendido al autor de ‘La Chanca’.

El próximo 23 de abril, a Juan Goytisolo le harán entrega de la más alta dignidad que se otorga por escribir en España, y como él siempre ha mantenido que su mayor honra es la de ser vecino de honor de La Chanca, ha querido que ese día le acompañe en Alcalá de Henares Sensi Falán, la cálida voz del barrio de pescadores que llenará los sentidos del viejo escritor del aroma y del color de sus calles vivas y de una gente que es, él ya lo sabe, su gente: ventanas abiertas a la vida. Desde La Chanca.

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