Javier Irigaray | Martes 12 de mayo de 2015
Los nepalíes no celebran la Navidad. Tampoco suelen levantar hogueras en honor de la Candelaria. Las que podían verse en los días siguientes al solsticio de invierno de 2000 en las calles y plazas de Katmandú y de otras ciudades del sur de Nepal estaban dedicadas a unas palabras que su presunto autor, el actor de Bollywood Hrithik Roshan, siempre negó haber pronunciado.
Alguien aseguró, y corrió como la pólvora, que el galán indio había dicho en una entrevista que odiaba Nepal y a los nepalíes, y estos creyeron que, ante tamaña afrenta, no podían hacer otra cosa que salir a las calles para quemar neumáticos, árboles, negocios hindúes y sucursales de The State Bank of India.
Hasta aquí nada diferente a lo que ocurre en Madrid o Barcelona en cualquier celebración de título balompédico.
El incidente más grave tuvo lugar en la puerta de un cine que proyectaba la última película de Roshan, ‘Mission Kashmir’. Alrededor de 5.000 personas se congregaron protestando ante la sala y se enfrentaron en batalla campal con la policía que pretendía disolver a la multitud.
El resultado fue de 180 heridos, entre los que se encontraban 30 agentes, y una niña de doce años, Barsha Koirala, muerta a causa de una bala perdida mientras se encontraba leyendo en su habitación.
Una piedra lanzada / desde lejos / llegó hasta mi corazón / con un trueno. / No sé si ella siente algún dolor / pero mi corazón está roto de amargura. Fueron versos dedicados por el poeta Buddha Sayami a la niña fallecida en el ejercicio de ese deporte de riesgo que llamamos lectura.
Almería, tierra de cine, a veces parece Bollywood. Ese technicolor fabuloso de las películas hindúes es posible hallarlo a la vuelta de cualquier esquina, pongamos que alguna mañana de mayo.
Pero Almería no necesita de rumor alguno para tirarse piedras sobre sus propios tejados. No. Para eso ya le basta la desidia de más de tres décadas de la delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, auténtica cueva de ineptos, cementerio de gallifantes y carísima factoría de excusas.
Nunca sabremos si está mejor cuando no hace nada y permite que acabe hecha arena una parte importante del alma colectiva de esta tierra, como es el Cortijo del Fraile, o disuelta como un azucarillo, erosionada riada a riada, la milenaria meseta de El Argar.
Porque cuando actúa, como en esta restauración de un lienzo de muralla de la Alcazaba, derrotada antes de cumplir treinta años, el daño que puede hacer siempre es incalculable. Sobre todo el infligido a víctimas colaterales, que siempre acaban siendo Almería y los almerienses.
No sé si ella siente algún dolor / pero mi corazón está roto de amargura.
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