Rafael Sanmartín | Miércoles 14 de octubre de 2015
España "iba bien”. Europa "iba bien". El mundo… el mundo, no. El occidental, más o menos, hasta que dejó de ir bien. La bolsa se desplomó, para que muchos agentes de bolsa llenaran sus bolsillos. Las agencias calificadoras recibieron la calificación más baja, los bancos de inversión “invirtieron” su estado, algunos incluso cerraron, pero colocaron a su personal directivo al frente de los países del sur, las economías más débiles de la débil zona del euro. Y los bancos fueron re-capitalizados (capitalizados dos veces) para que acumularan viviendas vacías, con los dineros que ya no podrían ir a hacer colegios, ni carreteras, ni a contratar médicos, ni maestros, ni a invertir en crear empleo. En su lugar, los sueldos bajaron estrepitosamente y se permitió hacer contratos semi-esclavistas. Todas, medidas anti recuperación, pues, por mucho que se ahorren las empresas, su beneficio depende de las ventas, y no hay ventas si no hay compradores. Porque no puede haber compradores si no tienen dinero. Algo más debe haber que los ciudadanos corrientes no alcanzamos a comprender; lo que está claro es que la oligarquía jamás forzará medidas que les perjudiquen, pese a que, al menos en teoría, les perjudica la disminución general de ventas. O ganan más con las subvenciones estatales y la reducción de sueldos, o están anunciando el fin del capitalismo.
Todo esto, presente en la memoria colectiva, por reciente, vino a caernos encima tras acostumbrar a la gente a una bonanza económica, conscientes de la dificultad para asimilar el salto al abismo de una recesión. De ahí su afección exclusiva a los países desarrollados: los países pobres ya eran pobres, sin necesidad de endilgarles crisis alguna. Pero algunos han querido alejarse de la pobreza, aunque fuera levemente. ¡Qué va! Eso no estaba en el guión. China “desacelera”, justo cuando, junto a otros cinco, crea un organismo económico supranacional propio para desligarse del FMI (en la medida de lo posible).
Pues ni hay medida, ni es posible. El FMI avisa (y quien avisa no es traidor. ¡Qué va!), “la desaceleración de China afecta gravemente a los países “emergentes”. Estados Unidos precisa seguir resfriando a todos cuando estornuda, y la Reserva Federal sube los tipos de interés, “a consecuencia del endeudamiento general sobrevenido durante la crisis”. Lo peor es que la bajada de los costos de las materias primas, es de suponer, aumentaría el beneficio de las empresas y permitiría una regulación a la baja de los precios finales con el consiguiente aumento del consumo. Pues no. Eso "perjudica" a la economía. Lo que fundamenta la sospecha de que la “economía” de las grandes corporaciones, de los bancos, discurre por caminos divergentes con la verdadera economía, la de la mayoría.
Lo confirman, también, las consecuencias: los países desarrollados empiezan a recuperar, dicen. Pero el endeudamiento continúa, ahora de la mano de los emergentes, y eso trae una inestabilidad financiera, no sólo a quienes se están (o estén) endeudando, sino a todos. Porque, pese a la caída de los precios de las materias primas (otra vez) afecta a las economías desarrolladas.
Habrá que matricularse en Económicas.