Rafael Sanmartín | Martes 01 de diciembre de 2015
Cuando un buen señor cambió la palabra conjeturar por “especular”, quizá por olvido de la primera, a muchos “cayó bien” el cambio. Desde entonces, alterar conscientemente el valor de las cosas con el fin de obtener beneficio, resulta ser lo mismo que “suponer”, “deducir”, “cavilar”, “entrever”, “imaginar”, “columbrarse”, “figurarse”, “barruntar”… o conjeturar, palabras todas capaces de definir el concepto, sustituidas por otra de bien distinto sonido y mas distinta significación lingüística. Empobrecimiento del idioma y confusión fatal e innecesaria, pues pronto el significado de las palabras carecerá de toda lógica; que un “colega” es quien ejerce la misma profesión, no un amigo ni un compañero de andanzas. Por este camino, un día pediremos un martillo y se nos dará una silla, o un elefante; cualquiera sabe.
“Artistas creadores” del nuevo idioma camino de la confusión, son los políticos, especialistas en ello. La improvisación en el discurso, la escasez cultural del hablante, la manipulación consciente e interesada; la especie política gusta afianzar el “lenguaje de tribu” -habitualmente utilizado para el ridículo celo de diferenciar al grupo- con el fin de manipular y hacer creer, inocente y arteramente, una intención radicalmente opuesta a lo que se persigue. Juego de palabras propio de listillos no inteligentes, con finalidad goebbeliana.
Así, “crisis” es “desaceleración”; desinterés en salir del bache “ver brotes verdes”; “defender la democracia” imponer leyes dictatoriales. Y tantos etcéteras como una novela por entregas
Pero si el lenguaje político es lamentablemente degradante y denigrante, el futbolero es, además, dramático. El deseo de arrogarse un léxico propio, unido a la incultura impropia de quien -se supone- ha hecho una carrera, resulta deprimente, más aún: patético. Aparte traducciones innecesarias, aparte ridículos apodos ante el nombre de algunos jugadores, como si pudieran formar un todo, cuando un balón es un “esférico” o un entrenador un “Señor” dicho en inglés, se denigra, se ofende, se ridiculiza uno de los idiomas más ricos del mundo, si no el más rico, en número de palabras y en variedad de vocabulario. Peor aún cuando toman palabras que tienen un significado bien distinto, para definir algo con definición propia en sí mismo, sin necesidad de recurrir a deformar la expresión.
Que un derbi es una carrera de caballos, preferentemente si es periódica, y un clásico es un estilo, una época y una obra de arte de Grecia o Roma y por extensión, una obra literaria ó de arte anterior al modernismo. Pero ni una ni otra palabra definen un enfrentamiento futbolístico de máxima tensión ni local, ni estatal.
El “lenguaje de tribu” obedece al lamentable capricho de diferenciarse -distinguirse es imposible y pretencioso-, guiado por la incultura; aunque una vez popularizado, gane a personas cultas. En el fútbol es peor, porque parte de quienes deben suponerse cultivados. Mucho peor es en política, donde los protagonistas ostentan su ignorancia, incluso al creerse capaces de convencer con conceptos egoístas, deliberadamente falseados en busca de beneficio, generalmente ilícito.