Rafael Sanmartín | Martes 15 de marzo de 2016
Desde poco antes de la muerte de Franco se empezó a hablar del derecho a la autonomía de las comunidades del norte, y se esgrimía a su favor "que tenían un idioma propio". La misma razón, pero al revés, se utilizaba contra el derecho de Andalucía. Fernando Soto, líder de CCOO-Andalucía, lo argumentaba: "...nuestro habla, castellano al fin..." (Tierras del Sur, citado en "De aquellos polvos"). Como reacción, hubo quien defendió la "alhamía" como idioma propio andaluz, y quienes, poco después, empezaron a defender la existencia de un idioma andaluz, basado en la forma de hablar, formas interpretadas por varios, con varias formas de entenderlas según su criterio. Pero sólo era eso, en principio, sólo eso: una reacción para alcanzar el mismo "derecho" que catalanes y vascos, como si el idioma fuera lo más o lo único determinante. Como si la historia, la economía, o la voluntad de los pueblos, pudieran estar supeditadas al idioma que hablen. Cuatro hay en Suiza y no por eso se consideran distintos. Toda América habla el mismo idioma de otros países, importado desde estos, que, para más "inri" fueron sus metrópolis. Pero por nada de eso pierden su independencia.
En resumen: el idioma que actualmente hablamos y escribimos, y que conocemos como "castellano" o "español", no ha sido enseñado a Andalucía. No ha sido exportado a Andalucía ni importado por esta. Ha sido al revés. Como el flamenco, como la literatura, como la cultura en general, ha sido detraído a Andalucía para enriquecer culturalmente al país conquistador. Reitero lo dicho más atrás. lo lógico es que el culto enseñe al inculto, no al revés.
Es más: puede verse en muchas expresiones que a la gente del norte les rechina; expresiones que demuestran la antigüedad del idioma en Andalucía y su creatividad. Palabras algunas olvidadas -aunque la mayoría se mantienen en el Diccionario- se siguen utilizando en Andalucía. En Andalucía es dónde se habla más correctamente, pues la pérdida de las "S" final o la "D" intervocal no es un defecto; en cambio el laísmo, el leísmo o cambiar la forma del verbo, sí lo son.
Me permito recomendar la lectura de los libros "Grandes Infamias en la Historia de Andalucía" (Almenara) y "De aquellos polvos" (Sepha). También sería del mayor interés leer la serie de artículos que publicó en ABC el profesor José María Vaz de Soto, entre el 31 de diciembre de 1977 y el 17 de enero de 1978, ambos inclusive.
Abandonar nuestro idioma, el que hemos creado durante cientos de años, para entregárselo, regalárselo a la inculta España, y crearnos otro nuevo, casi improvisado -o sin casi-, sería una estupidez tan grande que las generaciones futuras no nos podrán perdonar. Debemos hacer todo lo contrario: reivindiquemos nuestro idioma como nuestro, igual que debemos reivindicar nuestra historia, nuestra cultura, nuestros escritores, nuestros científicos, nuestros industriales, aquellos que crearon la primera industria pesada, la primera banca, las primeras fábricas de aviones, camiones, coches, electrodomésticos, y fueron ahogadas o simplemente clausuradas por los diversos gobiernos españoles. Reivindiquemos lo nuestro, pero jamás lo abandonemos. Abandonarlo sería un error, más que un error, un crimen de lesa majestad.