Ana Martínez Labella | Sábado 19 de marzo de 2016
Ha costado más de lo deseado, han sido muchas horas de reuniones en despachos, de escuchar promesas (luego incumplidas), de manifestaciones en la calle…, pero ahí está. Por fin, el futuro instituto de enseñanza secundaria de El Toyo-Retamar tiene su primera piedra recién colocada en terrenos cedidos por el Ayuntamiento a la Junta de Andalucía.
Por eso, quiero felicitar y compartir la alegría de las familias y de los alumnos de este barrio, de la Plataforma Instituto El Toyo-Retamar y de los diferentes colectivos que a lo largo de los últimos años han mantenido viva la defensa y la reclamación de lo que consideraban, porque además lo era, estrictamente justo: un centro digno donde estudiar y no en “aulas de fabricación rápida”, a todo confort, como llegó a definir la consejera de Educación, Adelaida de la Calle, a los barracones donde estudian miles de alumnos en El Toyo y en otros muchos centros educativos.
Pero como estamos de celebración, prefiero quedarme con lo positivo y es que aunque a veces tarden más de la cuenta, las cosas llegan si la gente se empeña en que lleguen, incluso aunque algunos no se empeñen, como le ha ocurrido al senador socialista Juan Carlos Pérez Navas, siempre ausente y ayer, por fin, presente.
Ahora sólo falta que a la primera piedra le siga la segunda y animo a la Junta a que siga apostando en firme por resolver carencias, cumplir compromisos y atender las necesidades de todos los almerienses que, en la actualidad, echan en falta otras inauguraciones, otras primeras piedras y otras segundas piedras, como las del Hospital Materno Infantil, la del Conservatorio de Danza, la del Auditorio del Conservatorio de Música o la del instituto de La Cañada.
Como política, soy consciente de lo difícil que a veces es poder sacar adelante los proyectos, poder responder a todas las necesidades y hacer efectivos los compromisos que se contraen, pero si queremos que la gente vuelva a creer en los políticos es fundamental que seamos capaces de ofrecer más certezas y menos excusas. O, dicho en román paladino, que cumplamos lo que prometemos.
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