Opinión

El poder de la provincia

Rafael Sanmartín | Jueves 25 de agosto de 2016
Hasta 1834, España (o "las Españas") estaba formada por reinos. Con ligeras variaciones, la división mantenía la conformación de los reinos anteriores a la conquista realizada por castellano-leoneses y catalano-aragoneses. En 1833, la "reina gobernadora", María Cristina de Borbón Dos Sicilias, viuda del rey felón, Fernando VII, confió al motrileño y afrancesado Javier de Burgos, Secretario de Estado del Ministerio de Fomento bajo Cea Bermúdez, una nueva división territorial que homogeneizara todos los territorios peninsulares de la corona.
Afrancesados se llamó a quienes simpatizaban con los franceses, desde la invasión napoleónica. Tras la guerra de la independencia, los afrancesados abanderaban el progreso, siguiendo las normas y costumbres francesas.
Pero no sólo el progreso (que lo bueno no suele pegarse), de Burgos había aprendido y comprendido el poder centralizador del sistema francés de departamentos. Al convertir el Estado multinacional en Reino, permitía un control absoluto de todos los rincones; pues establecía una administración única, dirigida desde la capital, Madrid, gracias a la figura de los gobernadores civiles (se sugiere la lectura de "El País que nunca existió", en andalus.bubok.es).
Desde aquel momento, desaparecieron los reinos anteriores, se rompió en gran medida intencionadamente la unidad de las llamadas "regiones" y se crearon las divisiones y enfrentamientos de unas ciudades contra otras, basadas en la existencia de las provincias.
Pero la provincia tuvo otra consecuencia nefasta: se creó un centralismo (el provincial) dentro del otro centralismo (el estatal). Un centralismo periférico que ayudaba al global. Y los pueblos empezaron a perder personalidad, en beneficio de la capital de provincia.
Afortunadamente no siempre ha dado resultado esa política. Por ejemplo, todavía es muy raro decir "en las Alpujarras (Granada)", o "en las Alpujarras (Almería)" (porque otra característica de la división provincial es que destruyó sistemáticamente comarcas, que quedaron divididas entre dos o tres provincias). De igual modo se habla de la "campiña de Écija" ó de "los vinos del Aljarafe", sin mencionar en ambos casos ni a Granada, ni a Almería ni a Sevilla, lo que supone respeto a las poblaciones que forman parte de esas comarcas. Pero no siempre ocurre así. En la mayoría de los casos se ha llegado a ocultar el nombre del pueblo, para poner por delante el de la capital de la provincia.
Una razón más, no la única, pero sí una más, para desear la desaparición de las provincias, el establecimiento de distrito único en Andalucía y la recuperación de las comarcas. (Se puede consultar el proyecto de comarcalización, presentado por Instituto Almenara a la Junta de Andalucía)

Las provincias sirven para dividir.