Rafael Sanmartín | Jueves 08 de septiembre de 2016
La preferencia personal por algo es un derecho perfectamente lícito y lógico. Y es mucho más lícito, lógico y natural, si está basado en el rigor y el conocimiento consciente de lo que se prefiere y lo que se contrapone. Nada inteligente es el consabido “esa comida no me gusta”, sin haberla probado. Igual sería dar de lado un Monumento, un arte, una ciudad, incluso un político, sin conocerlos. Preferir algo es un derecho. Saber es una obligación. Y ayuda a acertar en la preferencia.
Lo dicho sirve justamente igual, centrado en épocas históricas. En cambio, enfrentarlas es una actitud inútil, inservible. Y tonta. Una pérdida de tiempo y de riqueza cultural. Ninguna etapa histórica debe ser magnificada fuera de su verdadero valor, tal como es imposible negar su importancia. Si es fácil preferir, identificarse con alguna en especial, no es inteligente negarla, actitud que sólo puede venir desde el desconocimiento, la intransigencia ó el totalitarismo.
Andalucía ha vivido y protagonizado varias etapas de la mayor trascendencia: Desde la Cultura de Almería, los Curetes, Tartessos, Bética, al Andalus, ó su empuje mercantil de los siglos XVIII y XIX, frenado por la acción gubernamental, en apoyo de otras latitudes, a los levantamientos, revoluciones contra la ocupación depredadora de Cartago, visigodos ó Castilla-León. Ambas características han sido constantes a lo largo de su historia.
La Bética destacó en el Imperio latino por su empuje industrial, artístico y cultural, primera Provincia senatorial fuera del Lacio y madre de filósofos, pensadores, escritores, científicos y de hasta tres emperadores. De igual magnitud, cuando menos, es al Ándalus. El brillo de la Corte cordobesa en Europa no ha tenido parangón, ni siquiera durante la época dorada del Imperio Habsburgo. Durante el Califato y los reinos de Taifa, Andalucía y, especialmente Córdoba, Sevilla y Granada, fueron las principales ciudades de Europa. Su personalidad diferenciada, su cultura, de clara raíz propia, con lógicos añadidos latinos, griegos y sirios, destacó durante ochocientos años, como reconocen historiadores del máximo prestigio, entre ellos el belga Jacques Pirenne (Las grandes corrientes de la Historia, Grupo Editorial Océano). Junto al arte y la cultura, sin parangón en ningún lugar de Europa, África y Oriente Medio, al Ándalus destacó por su riqueza, obra de su ciencia, su avanzada agricultura, su industria, su floreciente comercio y su rica artesanía. Pero su tradicional idiosincrasia heterodoxa, no atada a ningún fundamentalismo, fue combatida por la intransigencia, tanto peninsular como africana, que hicieron de ella una especie de “emparedado”, disputado por ambos. Por eso la atacaron desde el norte y desde el sur, para imponerle el credo totalitario que aquí nadie estaba dispuesto a asumir.
Andalucía tiene una historia demasiado rica y profunda, y es muy arriesgado hablar –o escribir- si no se ha comprendido plenamente.
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