Opinión

Ejemplo y predicación

Rafael Sanmartín | Jueves 15 de septiembre de 2016
Que gran problema! algo tan básico y fundamental como predicar con el ejemplo. Vaya ejemplo, el de la (i)-responsabilidad gubernativa. Del cacique omnipotente, figura central en la España del siglo XIX, dice Romero Maura: “no es un hombre que gana elecciones con votos, sino alguien que tiene una clientela, que refleja, al tiempo que la consolida, su fuerza (…) Reparte cosas que pertenecen a la jurisdicción del Estado y las reparte a su gusto”. Javier Tusell lo redondea al referirse a los partidos: “los partidos no eran otra cosa que agrupaciones de clientelas personales a las que la ideología les importaba muy poco”. Si se cambia el tiempo pasado por el presente, ha quedado reflejada la situación actual. El gobierno, los gobiernos, como en la Edad Media, necesitan exprimir al más necesitado porque no pueden pedir al poderoso. Sí, les piden, pero para sí mismos. Por eso benefician a bancos, constructoras, eléctricas, telefónicas. Para ver condonadas su deudas por costosas campañas electorales; para ocupar puestos muy bien remunerados cuando dejan el Gobierno, o el Gobierno les deja a ellos, según sea el empuje popular.
Especial y escandalosamente llamativos son los precios que se pagan en España por servicios básicos, como: banca, electricidad, gas, telefonía y vivienda. Precios brutalmente superiores a los aplicados en los demás países de occidente por las mismas empresas. Tan brutales como unos impuestos también superiores en proporción a los servicios recibidos, necesarios sólo para mantener el sistema de prebendas; gravar especialmente el consumo, para volcar la carga sobre las clases bajas y eximir de ellos a los más poderosos. Necesarios por tan “poderosas” razones, al faltar la base industrial que debería ser sostén económico del Estado, desinterés gubernamental, para cumplir los dictados de la U.E. y favorecer el negocio teutón.
Liquidada la opción industrial sólo “nos” queda la especulación, a la que el gobierno se entrega con toda la fuerza no dedicada al bienestar del Estado. De ahí que les resulten altamente necesarios los altos precios de la vivienda, agarradera ardiente de la avaricia y la usura, pero incapaces de mejorar el negocio bancario. Pero la ambición es más ciega que el amor y “rompe el saco”. A las arcas de Hacienda, imposibles de rellenar con impuestos objetivos y proporcionalmente justos, se les ve el fondo. Pero los amigos son intocables, principio fundamental del caciquismo referido al principio; pues habrá que sacarlo de dónde no hay. Justamente de dónde no hay. Así, al subir el IBI adjudicando a los inmuebles un precio muy superior al real de mercado actual y más superior aún a los lógicos de costo, no sólo buscan ingresar más. Así también se mantiene satisfechos a los amigos, con un beneficio sólo aparente porque a esos precios no se venden pisos, pero capaz de llenar la ciega ambición de la avaricia de bancos, constructoras, inmobiliarias, promotoras y, de camino, cualquier aprovechado deseoso de vivir a costa de los demás. Porque no se puede marcar unos precios para los grandes y otros para los particulares, que lo harían si no fuera tan descarado. El caso es “dar” ejemplo.