Opinión

Una propuesta andaluza para la reforma territorial del Estado español

Pedro Ignacio Altamirano | Martes 04 de octubre de 2016


He tenido la oportunidad, gracias al Partido Castellano, de participar, como Coordinador Federal del Partido Nacionalista Andaluz Somos Andaluces, a la Jornadas Castilla, Europa y la España plural. En la misma he podido compartir mesa de debate con los representantes del Propio Partido Castellano, Comprimis, Mes por Mallorca, Chunta Aragonesista, Jóvenes Europeístas y Federalistas España, además de con el eurodiputado de Primavera Europea.
En la misma he podido exponer la posición del nacionalismo andaluz que representa Somos Andaluces, que no es otra que los que creemos de forma firme en el Estado confederal como modelo de Estado plurinacional, nos llaman rupturistas. Que queremos romper todo. Cuando en realidad, lo que queremos no es romper, sino reformar. Reformar a través de la reforma constitucional y territorial, la realidad política, administrativa, cultural, económica y social, para hacer de la Península Ibérica, un espacio más democrático y prospero para todos en lo que ella vivimos.
Ruptura, o reforma. Los partidos de ámbito estatal, de forma interesada lo llaman ruptura para justificar su negativa continua a reconocer que, la realidad territorial de los pueblos que convivimos en el actual Estado, no encaja con sus propios intereses partidistas.
En un Estado Federal o Confederal, lo partidos estatales no tendrían mucho sentido, a no ser que modificaran a esta realidad federal o confederal sus estructuras, pero anclados en un pasado cercano, a ese que nos recuerdan cuando hablan de la unidad de España como una grande y libre, lo imposibilita.
Por tanto, no es un problema de unidad, sino de intereses partidistas, por encima de los intereses generales de la realidad pluricultural y plurinacional a la que todos aspiramos y por la que luchamos.
Solo haré una breve referencia a la historia para recordar que, el único momento en la que, España fue fuerte, prospera y respetada, no se le denominaba España, sino Las Españas. Ese detalle, que bien puede parecer lejano y sin importancia, es más importante de lo que pensamos. Un Estado en sí confederado, en el que la corona reinante entonces, tenía obligación de rendir cuentas a los distintos reinos que conformaban una realidad política que fortaleció tanto a la corona, como al propio Estado. Las Españas eran fuerte porque se respetaban las realidades nacionales y las diferencias culturales de las mismas.
Solo fue con la llegada de los Borbones y su mentalidad centralista, cuando enterraron esa bella realidad plurinacional e inventaron esta España una. Desde ese momento se pasó, de ser respetados a no tener peso alguno, de ser prósperos, a convertirnos en el país pobre que aún somos en la actualidad. Es ya más que evidente que la España una, no es solución alguna para los problemas, sino parte del origen de ellos.
Con la proclamación de la II República, se comenzó el proceso para reconocer las realidades nacionales. Un 14 de abril de 1931, Lluís Companys, uno de los líderes de Esquerra Republicana de Catalunya salió al balcón del Ayuntamiento de Barcelona y se dirigió a la multitud concentrada en la plaza y proclamó, en nombre del pueblo de Catalunya, "L'Estat Català, que amb tota la cordialitat procurarem integrar a la Federació de Repúbliques Ibèriques"
Catalunya lograba su independencia, y desde ella se unía a la Federación.
Mismos aire de libertad se lograron en Euskadi con su Estatuto aprobado por una Ley en las Cortes de la Segunda República un 1 de octubre de 1936. Del mismo modo los andaluces comenzamos a trabajar en esa dirección en la asamblea de Córdoba con el Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Autonomía de Andalucía de 1933, pero el comienzo de la Guerra Civil acabó con todas las ilusiones.
Tras la muerte de Franco y con ello el fin de la dictadura en la que se profundizó, y de que modo, en la una, grande y libre, llegó la oportunidad democrática. Con ella se abría, como todos recordamos, la oportunidad de volver a la senda de la democracia, y con ella la posibilidad de continuar con el proceso de reconocer las distintas realidades nacionales reconocidas en la II República, pero fue una mera ilusión.
No hubo el valor necesario para continuar la labor en el punto en el que se interrumpió. Pasamos de las realidades nacionales, al café para todos de las incompresibles 17 comunidades autonómicas actuales, con los nefastos resultados que hoy sufrimos.
No se quiso, por miedo de algunos territorios con peso político de entonces, y ahora, que se reconocieran las verdaderas identidades nacionalidades históricas para no tener competencia alguna. Como claro ejemplo, lo que ocurrió y ocurre con Castilla, una Nación desmembrada en trozos, y arrancado el corazón ¿Qué sería hoy Castilla en lo económico con Madrid como miembro de la misma? No les intereso, y sigue sin interesarles a algunos.
Realidades imposibles, como Madrid, Cantabria, Murcia, Melilla, Ceuta... son la muestra de que se construyó un Estado imposible, a consciencia para que no funcionara, y lo consiguieron, no funciona. A la vista esta el desequilibrio territorial, social y económico que vivimos.
Los padres de la Constitución del 78, para justificar su falta de valor en el aspecto territorial, argumentaron que se pactaban los artículos mientras en la habitación adjunta oían esos militares salva patrias de entonces, con las armas cargadas y prestas. No voy a condenar dicha acción, ya que había que estar allí sentados, en aquella situación, para entenderlo. Quizás tuvieron que elegir entre cobardía democrática, o dictadura.
Esos militares dejaron de ser golpistas. Pasaron a ser ejército moderno y democrático, al servicio del poder civil que hoy conocemos. La política paso de estar amenazada, a soberana. Han pasado más de cuatro década, y han sido incapaces de desarrollar y modernizar la democracia, a través del desarrollo constitucional y territorial.
Solo han sido capaces de varar cualquier intento de reforma de la realidad territorial y política del Estado. Cuatro décadas de bipartidismo estático y marmóleo, que ha creado una realidad de política vieja, desfasada, incapaz de solucionar problemas, y corroída por la corrupción como cáncer con metastasis irreversible. Con esta realidad, es imposible esperar cualquier cambio, por mínimo que sea, por parte del estatalismo centralista.
Ha llegado el momento de comenzar a caminar unidos, para recuperar la fortaleza que otorga el respeto a la distintas realidades nacionales. A caminar juntos porque queremos y no porque nos obligan. A mirar el futuro juntos, en vez de mirarnos de reojo.
No podemos escoger la senda de la eterna desunión que caracteriza a la izquierda estatal española, que ya sabemos que solo lleva a la pérdida de poder para ponerlo en manos del enemigo político. Nuestra senda debe ser la contraria, la unidad y el acuerdo. Solo desde el reconocimiento de esta realidad, nacerá una verdadera unidad de esfuerzos compartidos por recuperar la libertad, y soberanía de nuestros pueblos.
Ha llegado el momento de demostrar a nuestros pueblos que, aquellos que llaman ruptura a nuestros respectivos procesos por la soberanía, mienten. No queremos romper nada. Queremos reformar que es muy distinto. Debemos cambiar la palabra ruptura por reforma.
Estos cambios de vital importancia, o lo hacemos juntos o no lo lograremos. Ninguna de nuestras realidades nacionales es capaz, por si mismo, de alcanzar la soberanía. Es por tanto el momento en el que debemos dejar a un lado los intereses partidistas, e incluso intereses territoriales, para sumar esfuerzos en la tarea de la consecución de la tarea común que nos une.
El cambio debe llegar desde la Ley, desde el Parlamento. No hay otra vía. Para ello, mientras en las elecciones al Congreso de los Diputados y al Senado, nos presentemos por separado, solo estaremos consiguiendo dividir nuestras fuerzas y agradar la de los centralistas. Esto puede parecer un disparate político, pero no lo es. En estos momento hay un Estado centralista en manos de partido estatales, con todo el poder en sus manos. Esto no cambiará mientras el enfrentamiento político sea tan desigual.
Por todo ello, el camino a seguir para la reforma constitucional y territorial debe ser entendido como una tarea común y por objetivos. No se podrá avanzar hacia la siguiente sin antes no haber alcanzado el primero.
El confluir todos en una lista única debe ser un primer objetivo prioritario. Dejar de intentos fallidos de confluencias territoriales con fuerzas estatales, y centrar el esfuerzo en colaborar con los demás reformistas. Todo ello con el único objetivos de sumar fuerzas en el Congreso, y desde esa unidad reformista, forzar el inicio del los cambios que perseguimos, que no son otro que comenzar el proceso de reforma constitutiva, que lleve a reconocer el derecho a decidir de nuestros pueblos, y el resto de reformas necesarias.
Una vez conseguidas estas, y reconocidas nuestras realidades culturales, sociales y políticas mediante nuestras respectivas soberanías, será cuando debamos centrar los esfuerzos en nuestros pueblos, y debatir lo que nos es común en las reformadas cámaras federales o confederales. Pero hasta lograr este sueño colectivo queda mucho trabajo en común por delante.
Esta tarea no es fácil. El proyecto reformista tiene que ser un proyecto cargado de ilusiones y realidades, lejos de engaños y falsas expectativas. Debe ser una llamada a la cordura de nuestros pueblos, a hacer realidad ese concepto de levantarse y caminar por el camino de la libertad. A ese camino que hay que determinarlo como duro, cansado, arriesgado y difícil; más para unos pueblos, en la mayoría, dormido en los laureles de la paga fácil, de la subvención gratuita y esclavizante, y el sueño eterno en un estado paternalista, que sólo piensa en permanecer en el poder a consta del futuro y la soberanía de nuestras naciones.
El reformismo debe saber despertar el interés de los ciudadanos. Para ello, no basta con que las ideas expuestas sean buenas. Vivimos en el mundo de la comunicación, de la imagen, de lo que además de ser bueno debe parecerlo. Para ello, tienen que ser lideradas por reformistas de peso cultural, ideológico, moral, ético y de prestigio, cuyo sólo anuncio abra cualquier puerta. Reformistas inteligentes, hombres y mujeres sin mezclas de mal alguno, no sospechosos de nada, capaces de cambiar nuestro destino, de cambiar el movimiento, de forzar la maniobra, de cambiar los viejos palos de velas y el vapor por las nuevas energías capaces de desarrollar la velocidad de crucero necesaria para este viaje. Buscar una tripulación disciplinada, eficiente, sabedora de cuál es su cometido y a dónde conduce la derrota.
En el puente de gobierno debe haber gente que sepa interpretar y barruntar los cielos sin abandonar el rumbo iniciado, pese a los temporales, a la mar brava, a vientos de fuerza ocho y a cruzar la barra del puerto con dificultades.
De este modo, con el compromiso de los que tienen la capacidad de liderazgo intelectual y capacidad económica, podremos liderar el comienzo de esta larga travesía. Ilusionarles en el camino, explicarles que este camino es el más duro, el más lento, el más sacrificado, pero que sólo así podremos levantar la cabeza para mirar a un futuro que nos pertenece a todos por igual.