Juan Megino | Lunes 28 de noviembre de 2016
Esta semana, la sociedad española se ha visto convulsionada por la inesperadamente muerte de la Sra. Barberá, la que fuera alcaldesa de Valencia durante 24 años consecutivos y actualmente senadora por designación de las Cortes Valencianas.
La muerte de un ser humano, para cualquier persona de bien, invita, cuando menos, al respeto y la consideración más noble, al margen de cualquier otra circunstancia o ideología. Pues bien, el hecho de que la Sra. Barberá haya dedicado toda una vida a la política no debiera suponer nunca un cambio en este comportamiento con criterio general. Pero España, por lo visto, es diferente o al menos algunos españoles. El Congreso de los Diputados, y en reconocimiento a ese respeto, ni siquiera a su trayectoria que ha sido ejemplar, ha dedicado un minuto de silencio en la sesión plenaria de esa Institución, silencio que no ha sido respetado por los representantes del partido UNIDOS-PODEMOS, e incluso durante el mismo se ausentaron del hemiciclo so pretexto de que “sobran los homenajes a los corruptos”.
Independientemente de lo ruin y mezquino por parte de los que así se manifestaron, hay que destacar, ahora sí, la impecable trayectoria política de esta mujer que logró durante sus mandatos una transformación espectacular de su ciudad, reconocida por los valencianos que le dieron, ni más ni menos, seis mayorías absolutas con sus votos. También es cierto que sobre su persona solo había caído la sospecha de un comportamiento un tanto irregular, ni siquiera sancionado por los jueces, y que ahora quedará en el limbo de una sentencia que nunca se va a producir por el archivo de la instrucción a causa del fallecimiento.
Ha sido público y notorio el gran deterioro físico sufrido por esta persona ante el linchamiento político, social y mediático (especialmente éste) del que ha sido objeto a lo largo de muchos meses. Se dice que el político debe estar hecho de una pasta especial y de que debe estar preparado para aguantar todo lo que le caiga porque eso va en el sueldo. Nada más lejos de la realidad. Al margen de las motivaciones, todas ellas respetables que lleve a distintas personas a participar en política, detrás de cada uno de ellos hay un ser que siente y padece, que se emociona y que sufre, la inmensa mayoría de las veces absolutamente solo.
Sí, además, en este trance vital se ha sentido abandonada por aquellos a los que siempre ha considerado como suyos, esto es, por su partido, el PP, el dolor ha tenido que ser aún mucho mayor.
Desde el punto de vista médico, un infarto cardíaco puede producirse por la existencia de diversos factores de riesgo (que ignoro si alguno de ellos presentaba), pero no hay duda de que el estrés causado por todo lo acontecido ha tenido que jugar un papel decisivo en tan fulminante desenlace.
Seguramente a la sociedad en su conjunto (ciudadanos, partidos políticos, medios de comunicación, jueces y fiscales) no les servirá este ejemplo para reflexionar sobre las circunstancias que rodean a la persona que se dedica a la política, que con aciertos y errores, con excepciones, que las hay, de personas que no debieran ocupar puestos de relieve, trabajan por el bien común con dedicación y, en muchos casos, con sacrificios.
La sociedad en su conjunto debiera ejercer la virtud de la prudencia antes de condenar a ningún político por el solo hecho de serlo y, por ello, ser considerado sospechoso de cualquier conducta supuestamente anómala.