Opinión

Una semana sin Macarena Olona

Rafael M. Martos | Sábado 06 de agosto de 2022

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42. ¡No disfracéis la Verdad de falsedad, ni ocultéis la Verdad conociéndola!

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(La Vaca-El Corán)

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Ha pasado una semana desde que Macarena Olona anunciase que abandonaba la política y la vida pública por motivos de salud, y desde entonces nada más hemos sabido.

Alguien podrá decir que nada más tenemos que saber, que todo lo concerniente a su estado de salud corresponde a su esfera privada, y por tanto, cuando voluntariamente se ha apartado, solo cabe respetar su decisión y nada más.

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Pues no. Lo de Macarena Olona es un ejemplo de aquello que empieza mal, mal suele terminar.

Vaya por delante -pero creo que es una obviedad que ofende hasta dudarlo- que en lo personal le deseo lo mejor, que se recupere, y que sea feliz, pero lo político es otra cosa, y a eso vamos.

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En ese aspecto, sorprende que Olona fuese elegida por su jefe, Santiago Abascal, para liderar el asalto a la Junta de Andalucía a sabiendas de su precario estado de salud. ¿O es que, tal vez, Olona se lo ocultó en todo momento, y en ese caso, con qué fin?

No sabemos si le engañó o no, pero a quien sí parece que lo hizo fue a los militantes de Vox, a sus simpatizantes, y en general a sus votantes. Por extensión, nos mintió a todos después de que como abogada del Estado pervirtiese la norma que establece la vecindad en Andalucía como requisito para ser candidato al Parlamento.

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Cuando depositamos la papeleta en la urna, queremos que ese partido y su líder sean quienes gobiernen, aunque luego la geometría política establezca la gobernabilidad en base a pactos y acuerdos, y por tanto, quienes votaron a Vox la querían a ella en la Presidencia del Gobierno andaluz, o en su defecto “incrustada” en él, o en el peor de los casos, liderando la oposición, pero no, nada de eso iba a ocurrir y ella lo sabía.

Ella sabía, mientras debatía con Juanma Moreno en televisión, que no iba a ser presidenta ni vicepresidenta; como también sabía que la encendida polémica sobre si encabezaría el grupo parlamentario o renunciaría tomar su acta era baladí.

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Mientras nos contaba que se quedaría en Andalucía, ella era consciente de que mentía, que su precaria salud no le iba a permitir seguir más allá de unos pocos meses. La pregunta es por qué tanta mentira, y quienes estaban al tanto de la misma.

O Macarena Olona engañó a Santiago Abascal, o ambos se compincharon en el engaño a los andaluces. Pero no creo en esa complicidad, puesto que hubiese existido un plan B que a todas luces no hay a día de hoy.

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La falta del plan B también podría deberse a que la enfermedad le hubiese sobrevenido en mitad de la campaña, tal como ella sugiere en su carta de despedida, pero incluso así, sorprende que desde aquella espantá que protagonizó tras el primer debate electoral -y que muchos atribuimos a su penosa actuación en él- ella y Abascal no hubiesen acordado qué hacer al día siguiente.

No podemos dejar de preguntarnos si Olona habría dejado la política de haber logrado la Presidencia o la Vicepresidencia, o si los resultados de Vox hubiesen sido mucho mejores y no solo un crecimiento pírrico. Es por eso que, como personaje público que viene cobrando de nuestros impuestos, ante la falta de información concreta sobre su enfermedad -por las razones antedichas y sin intención de violar su intimidad- tenemos derecho a preguntarnos todo esto y algunas cosas más.

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Como él mismo lo admitió en público, me permitirá que le haga referencia, hablo de Rafael Hernando (PP), que sufrió un cáncer y no se enteró nada más que su entorno más próximo porque él siguió con sus tareas, alejándose de modo silencioso cuando era necesario, y regresando en cuanto podía. No tengo ni idea de si es el caso de la alicantina, pero valga como ejemplo.

Una semana después, ni Vox, ni nadie fuera de Vox, sabe quién liderará la ultraderecha en Andalucía, y eso sucede tras su estancamiento electoral en el Parlamento en que se estrenaron, y en el que no han dejado de devorarse entre ellos, o mejor dicho, entre los que son marionetas de la dirección estatal, y quienes -aun rechazando el sistema autonómico- creen que las decisiones deben tomarse en el territorio, cerca de aquellos a quienes afecta, y no en lejanos despachos.


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