Mal día para Rocío de Meer... o quizá no, quizá estos datos puedan relajarla, porque la mujer vive en un sinvivir en ella -que diría Santa Teresa- a cuenta de su conspiranoia permanente... y es que la ultraderecha repite hasta el cansancio una consigna: la población autóctona está siendo “reemplazada” por una oleada imparable de inmigrantes, especialmente de África. En Andalucía, donde el Estrecho de Gibraltar se convierte en símbolo de sus fantasmas, el discurso se intensifica. Pero los datos oficiales del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (2023) no solo desmontan el mito, sino que revelan una realidad mucho más humana y menos dramática de lo que se pretende.
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En 2023, la comunidad registró 219.045 entradas de personas frente a 158.665 salidas, un saldo migratorio positivo de 60.385 personas. A primera vista, podría parecer una cifra relevante, pero los matices son clave: las entradas crecieron solo un 4% respecto al año anterior, mientras que las salidas aumentaron un 9%. Es decir, no solo llegan personas, sino que muchas también se van. La migración no es un tsunami, sino un flujo constante y bidireccional, marcado por oportunidades laborales, reagrupaciones familiares o simples cambios de planes.
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Lo negativo de este dato es que Andalucía sigue siendo tierra de emigrantes, muchos menos que durante el franquismo, infinitamente menos, porque las cosas han cambiado para bien, porque también la autonomía la queríamos para aquello que cantaba Carlos Cano ¡que vuelvan pronto los emigrantes!
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El relato del miedo, sin embargo, se obsesiona con un grupo: los marroquíes. Según la ultraderecha, su presencia sería la prueba irrefutable de una “invasión”. Pero los números cuentan otra historia. De las personas extranjeras que llegaron a Andalucía en 2023, el 16% eran marroquíes (aproximadamente 25.000). Paralelamente, de quienes decidieron marcharse, el 15% también eran marroquíes (13.800). La diferencia neta entre entradas y salidas es de apenas 11.200 personas, un 1% del total de movimientos migratorios. Lejos de tratarse de una invasión, estos datos reflejan un fenómeno circular: personas que llegan, trabajan, ahorran y, en muchos casos, retornan a sus países para establecerse definitivamente allí... o quizá se van a otro lugar, pero oye Rocío, tranquila, que de "Gran reemplazo" nada.
¿Por qué entonces se insiste en el mito? La respuesta está en la estrategia política: el miedo vende. Además, España expulsó en 2023 a más de 10.000 personas en situación irregular, según el Ministerio del Interior, un dato que los profetas del “reemplazo” nunca mencionan.
La verdadera amenaza no está en quienes cruzan el Estrecho en busca de un futuro mejor, sino en quienes usan esos sueños para alimentar divisiones. Hablar de “sustitución” es un insulto a la inteligencia colectiva y a la historia de Andalucía, tierra de encuentros y mestizajes. Los números no mienten: no hay invasión, sino movilidad; no hay caos, sino políticas.
La demografía no es un arma. Es, simplemente, la suma de vidas en movimiento. Y en Andalucía, como siempre, esas vidas siguen escribiendo una historia de puentes, no de muros.