Opinión

El Papa Martínez

(Foto: DALL·E ai art).
Rafael M. Martos | Sábado 10 de mayo de 2025

El reciente fallecimiento del Papa Francisco sumió a los católicos en una lógica tristeza y reflexión, un sentimiento de pérdida por una figura que marcó una era. Y en medio de ese duelo, la fumata blanca del 8 de mayo de 2025 y el anuncio del nombre del nuevo Sucesor de Pedro: Robert Francis Prevost Martínez. Para muchos en España, ha dejado una sensación parecida a la "pedrea" de la Lotería de Navidad. Ya saben, ese premio que te devuelve lo jugado, que no te saca de pobre pero te arranca un "¡pues mira, ni tan mal!".

[publicidad:866]

No, no es un Papa nacido en tierra española, como algunos hubieran soñado en un anhelo profundo. El nuevo Pontífice, que guiará los destinos de la Iglesia Católica, nació en Chicago aquel 14 de septiembre de 1955 y cuenta con la doble nacionalidad estadounidense y peruana. Pero es un "Martínez", y eso marca carácter, con una cercanía que para muchos es innegable. Es un apellido que evoca raíces, historias familiares y una conexión cultural que, de repente, se siente representada en la mismísima Cátedra de San Pedro. Si antes un "Martínez" en un alto cargo vaticano nos sabía a premio de consolación, un Papa Martínez es, sin duda, un acontecimiento de otra magnitud, aunque con ese regusto familiar.

Así que sí, es inevitable sentir ese pellizquito de "algo nos ha tocado". Para la inmensa mayoría de los católicos españoles, su nombramiento seguro que ha supuesto una alegría, sumada a la propia de conocer quién ocupará un puesto tan influyente. Pero, quizás, para aquellos que albergaban la esperanza de ver a un compatriota en la mismísima silla de Pedro, o en puestos aún más cercanos si cabe, esto sepa a premio de consolación. Es natural, la cercanía siempre tira.

[publicidad:866]

Su vinculación con España, donde residió y estudió, y sus visitas pastorales, ahora se revisten de una nueva significación. Aquellos que le conocieron entonces, o siguieron su trayectoria como Cardenal Prefecto, ven en él a un hombre que no es ajeno a nuestra sensibilidad.

Lo cierto es que para el gran público, el cardenal Prevost Martínez era, hasta hace poco, un gran desconocido. Por lo tanto, aventurarnos a definir su línea de pensamiento o acción sería osado. Serán los expertos y, sobre todo, sus propias decisiones y manifestaciones futuras las que nos vayan dibujando su perfil con mayor claridad.

[publicidad:866]

No obstante, hay algo en su biografía que resuena con especial fuerza en los tiempos que corren: es un Martínez. Un apellido común en nuestra tierra, pero que, llevado por alguien con su trayectoria vital –nacido en Estados Unidos de madre de origen español, y renacionalizado en Perú tras dedicarse allí a los fieles–, nos habla de un hombre que, muy probablemente, es consciente del fenómeno de la emigración y la inmigración desde múltiples perspectivas. Sabe lo que es tener un apellido que puede sonar "distinto" en según qué contextos, o cómo se puede sentir quien llega a un nuevo país, incluso con todos los papeles en regla, y a veces es mirado por encima del hombro.

¿Quién mejor que un "Martínez", con esa carga simbólica, para comprender las miradas por encima del hombro, los desafíos de la integración, las dificultades de quien busca un futuro lejos de su hogar, incluso con los papeles en regla, o las complejidades de vivir una fe que no siempre es la mayoritaria en determinados entornos?

[publicidad:866]

Podríamos pensar, y ojalá así sea, que esta experiencia vital le otorgará una sensibilidad particular hacia uno de los mayores retos de nuestras sociedades actuales: las migraciones. Un fenómeno tan antiguo como la humanidad misma, ese impulso de buscar un futuro mejor para uno y los suyos. Es un desafío para quien emigra, para la sociedad que acoge y también para la que ve partir a sus jóvenes y más preparados, arriesgándose a un envejecimiento paulatino.

Todo esto, lo sé, es una valoración muy humana de un nombramiento que, para muchos, se enmarca en una esfera más divina como es la estructura de la Iglesia Católica. Pero humano soy, y permítanme que, como tal, valore especialmente que un "Martínez" llegue tan alto en el Vaticano. Y, puestos a pedir, espero y deseo que su labor sea infinitamente más luminosa y constructiva que la de aquella otra saga de origen español que también alcanzó la cúspide del poder eclesiástico: los Borgia.

[publicidad:866]

Y es aquí donde su biografía cobra una relevancia aún mayor. Un Papa que ha vivido entre culturas, que conoce la realidad de ser "de fuera", que ha experimentado de cerca el fenómeno de la emigración y la inmigración, tanto en su país de origen como en su servicio en Perú y Roma, lleva consigo una perspectiva que puede ser crucial.

Podríamos pensar, y es una esperanza legítima, que su pontificado será especialmente sensible a este reto mayúsculo de nuestras sociedades: la migración. Un fenómeno tan antiguo como la humanidad, que empuja a millones a buscar una vida digna para sí y los suyos, y que interpela constantemente a las sociedades de acogida y a aquellas que ven partir a sus hijos más jóvenes y capacitados.

[publicidad:866]

Es una valoración muy humana, sí, la que hacemos ante un hecho que para los creyentes tiene una dimensión profundamente divina como es la elección de un Papa. Pero somos humanos, y es natural que proyectemos nuestras esperanzas y que valoremos los signos que nos acercan a quien asume tan trascendental ministerio.

Y en esta reflexión tan humana, con la mirada puesta en un Papa con apellido español, es casi inevitable, aunque sea para exorcizar viejos fantasmas, recordar a los Borgia. Alejandro VI, aquel Papa de origen valenciano elegido en 1492, ha quedado en la historia como el epítome de la ambición desmedida, el nepotismo y la crueldad. Un hombre que, según las crónicas, ascendió gracias a su tío Calixto III y que utilizó el poder papal para beneficio de sus hijos –César, Lucrecia y los demás–, convirtiendo el Vaticano en un nido de intrigas. Su muerte, atribuida a la malaria pero con sospechas de envenenamiento por parte de su propio hijo César, cerró un capítulo oscuro.

[publicidad:866]

El contraste no puede ser más acusado, y la esperanza más brillante. Que un Martínez ocupe hoy el Solio Pontificio es una oportunidad para escribir una página completamente diferente en la historia de la Iglesia, una que destierre por completo cualquier sombra del pasado.

Esperamos y deseamos fervientemente que el Papa Martínez, este hombre de nuestro tiempo, traiga aires renovados y una profunda sabiduría pastoral. Que su liderazgo sea faro de esperanza y su pontificado, una bendición para la Iglesia y para el mundo, demostrando que un apellido común puede estar ligado a una misión extraordinaria y ejemplar. La "pedrea" de tener un "Martínez" cercano al Papa se ha transformado, por los designios de la historia y del Espíritu, en la realidad de un Papa Martínez.

TEMAS RELACIONADOS:


Noticias relacionadas