Opinión

¡Hola, y adiós!

(Foto: DALL·E ai art).
Juan Torrijos Arribas | Viernes 16 de mayo de 2025

Recordaba aquellos recitales de finales de los setenta y comienzos de los ochenta, de aquel joven cantautor andaluz que no se parecía a los registros que otros nos ofrecían. De unas letras que eran y nos parecían una nueva forma de decir y cantar las penas y las alegrías de una juventud que salía a la vida. Pero los que caminábamos en la tarde del domingo, once de mayo, hacía el Sabina de hoy, teníamos el pelo preñado de blanco, del blanco de los años que han pasado desde entonces, y que fue marcando una voz y unas letras. La voz de Sabina, las letras que nacían de la experiencia de su vida.

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Aquel grupo de amigos no fuimos al Martín Carpena malagueño a oír cantar a Sabina. Cuando decidimos hacer el viaje desde Almería, no era esa nuestra intención. Sabemos que va a ser difícil que nos pueda ofrecer en el futuro una nueva gira. Íbamos a despedirnos de él de la mejor manera que sabemos y que hemos aprendido: cantado sus letras. Unir nuestras voces en la noche malagueña a la suya, esa que siempre nos ha sonado como la voz rota que mejor ha contado las derrotas de los seres humanos, empezando por la suya, y todo ello, rezumando el sabor del tequila que en su paseo por la noche de Madrid le ofrecía su hermana Chavela.

Se llenó el Carpena. ¡Cómo no se iba a llenar! y lo hizo vibrar una vida que Sabina se ha ido dejando en los escenarios, en las barras de los bares, y en los viejos tugurios donde a todos nos ha gustado escuchar y llorar sus fracasos, con un gintonic en las manos sin que le falte la raja del limón, y unas lágrimas a punto de saltar de nuestras cuencas. No hizo falta escucharte Sabina, queríamos ofrecerte el homenaje de nuestro cariño, de una admiración que se ha ido formando con trozos de letras que iban contando parte de la forma en la que te enfrentabas a tu existencia, y que se iba convirtiendo en el ejemplo de lo que muchos deseábamos para la nuestra.

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Y gritamos hasta hacer que enmudeciera la noche, y dejamos claro que, ante una noche de luna llena, todas las lunas a tu lado son lunas de miel. Nos llevaste por el bulevar de tus hermosas letras, y dejabas la sensación agridulce de que no volveremos a oírte cantar en directo, que se ha roto tu voz un poco más, que te la has ido dejando en los golletes de tantas botellas como han pasado por tu vida, en tantas frías noches, con una bufanda alrededor de tu cuello, intentando cuidar unas cuerdas vocales que sabían a farras, a tangos, a rancheras, a coplas de tu tierra.

Y nos dijiste hola, y adiós. El hola nos gustó, nos quitabas años de encima, nos rebajabas a aquella década de los ochenta-noventa. Y nos creímos por unas horas, solo dos, que la juventud había vuelto a nosotros. No nos gustó el adiós, qué quiere que te digamos. La realidad de lo que realmente éramos en esa noche se abrió entre nosotros. Solo cinco amigos, Gema, Isolina, Paco, Nicasio y el menda, que por unas horas cantamos, vibramos y conseguiste que esa fuera una gran noche de boda contigo y tus letras. Seguiremos esperando que den las diez, y las once, las doce, y la una, las dos y las tres.


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