Cada mes de mayo, florido y hermoso tras el ventoso marzo y lluvioso abril, en estas indálicas tierras se produce un interesante duelo entre dos santos. Los diferentes obispos que han pasado por estas secas tierras almerienses, don Antonio Gómez Cantero lo está viviendo en estos años, han intentado mediar en el duelo. Hasta los políticos, con lo que les gusta mandar y controlar, han jugado en este día, arrimando cada cual el ascua, la sangría o la paella a su santo. Pero el pueblo, al que no le hacen ni puñetero caso políticos y obispos, una vez que unos tienen el poder, y los otros la sotana roja sobre su cuerpo, celebran el duelo de cada mes de mayo como les da la gana. Y no deja de ser hermoso verlo, al pueblo, disfrutar en estos menesteres.
Los dos santos a los que ponemos en liza, San Indalecio y San Isidro, son los que bajan en este mes a la arena, espada, arco y flechas en sus manos, a enfrentarse ante el pueblo que los saluda con gritos de apoyo y adhesión desde hace siglos. Al acabar la tarde, cuando los santos vuelven a sus lugares de reposo, uno entra victorioso entre los vítores y la algarabía de vecinos y devotas, ese es Isidro, que un año más ha ganado el duelo del mes de mayo, mientras que Indalecio lo hace algo triste. Patrón de la ciudad, pero ni la alcaldesa, ni Don Antonio Gómez Cantero, que tiene el corazón partio entre los dos, y al que le ha dicho el nuevo papa que no puede ser juez y parte en el duelo, por lo que debe dejar que sean los vecinos los que levanten el dedo de la victoria, y es Isidro el que se lleva la palma.
Triste y solo, abandonado de los vecinos, perdedor en la lucha de mayo, se retira Indalo, mientras que Isidro, que ha dejado el arao ¿eso que es? junto a la era, bendice chorizos, conejos al ajillo, y tortillas que han aparecido entre los vecinos, que, tras ganar el duelo, celebran la victoria con largos tragos de cerveza, buen vino y música para mover el cuerpo. Si les tengo que ser sincero, y lo procuro siempre que puedo, este año, San Isidro, en algún pueblo no ha estado muy contento el hombre. El cura le hizo esperar más de media hora. Enfadao se le veía y con razón. “Dejo el arao, se le oyó decir en la puerta de la iglesia, para ayudar a esta gente, y aquí me tiene más de media hora esperando el representante del jefe. Se lo diré en cuanto vuelva”. Que se prepare el cura, se le veía muy tomado, como dicen ahora los jóvenes, a San Isidro.
Hay una mujer que me hace pensar que a veces estoy errado, es la suegra de mi amigo Andrés, el botica. Tiene pasión por San Isidro, lucha en su barrio por su iglesia, por su santo y por su gente. Se ha enfrentado a curas, obispos y cardenales, y si tiene que ir a hablar con León XIV, que su yerno le prepare el coche, que en el vaticano de Roma se oirá su voz y su queja. ¿Y si es cierta la historia, y San Isidro estaba el sábado, como cada mes mayo entre nosotros, y las cervezas, los vinos y la tortilla tenían la bendición del santo de la gente del campo?
Pd. Rosa, la tortilla estaba buenísima, pero a Manolo, tu marido, se le cayó. ¡Pa matarlo! Tenemos que llamar a los civiles y que le pongan una multa.