Opinión

La tecnología en el aula

(Foto: DALL·E ai art).
Aixa Almagro | Domingo 25 de mayo de 2025

Desde que tengo uso de razón, la tecnología ha sido parte de mi vida. Recuerdo cuando mis amigos y yo nos pasábamos horas en el ciber de la esquina, en pleno centro de Almería, intentando conseguir el récord de partidas en aquel juego de estrategia que nos tenía enganchados. Pero ahora, con un estudio reciente en mano que dice que los alumnos que usan menos tecnología en clase llevan medio curso de ventaja a los que están todo el día conectados, me pregunto: ¿hemos confundido la velocidad con el tocino?

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Cuando escucho a los profesores hablar sobre cómo las tabletas y las pizarras digitales han revolucionado la educación, no puedo evitar pensar en mi época escolar. En aquellos días, una simple hoja de papel y un bolígrafo eran nuestras herramientas más poderosas. Recuerdo a mi profesora de matemáticas, Doña Carmen, quien nos hacía resolver problemas complejos sin más ayuda que su voz y una pizarra blanca. Y vaya si aprendíamos. Me parece increíble que hoy en día muchos estudiantes dependan tanto de aplicaciones y vídeos para entender conceptos básicos.

En este sentido, es curioso ver cómo las comunidades autónomas donde más se utiliza la tecnología son también las que han visto caer sus resultados en el Informe PISA. Ahí lo tienen: Andalucía no es una excepción. A veces pienso que estamos tan obsesionados con ser "modernos" y "avanzados" que hemos olvidado lo esencial: aprender a pensar por uno mismo. En lugar de fomentar la creatividad y el pensamiento crítico, parece que estamos entrenando a nuestros jóvenes para ser meros consumidores de información.

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Una anécdota divertida viene a mi mente. Hace poco, estaba ayudando a mi hermano pequeño con sus deberes de historia. Se pasó media hora buscando un vídeo en YouTube sobre la Revolución Francesa cuando le dije: “¡Pero si tienes un libro justo aquí!” Su respuesta fue instantánea: “Es que en YouTube se ve más chulo”. Y ahí lo tienes: la inmediatez y lo visual han ganado terreno al conocimiento profundo.

A veces me pregunto si esta dependencia tecnológica está afectando nuestra capacidad para concentrarnos. En una charla reciente con unos amigos del instituto, todos coincidimos en que recordamos mejor las clases donde teníamos menos distracciones tecnológicas. Aquellas tardes soleadas en el patio del instituto donde discutíamos sobre literatura o filosofía eran mucho más enriquecedoras (y divertidas) que cualquier presentación PowerPoint.

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Así que aquí estoy, defendiendo un regreso a lo básico mientras veo cómo mis compañeros se sumergen cada vez más en pantallas brillantes y notificaciones constantes. Tal vez necesitamos un equilibrio; quizás no sea cuestión de eliminar la tecnología por completo, sino de usarla sabiamente. Aprender a discernir entre lo útil y lo superfluo debería ser parte del currículo.

En conclusión, aunque la tecnología puede ofrecer herramientas valiosas para aprender, no podemos olvidar que nada sustituye al diálogo humano ni al pensamiento crítico. La próxima vez que veas a un niño pegado a una pantalla, pregúntate si realmente está aprendiendo o solo consumiendo información como si fuera un snack rápido.

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Y así seguimos navegando por esta era digital desde nuestra querida Almería, donde el sol brilla tanto como las mentes curiosas dispuestas a aprender sin ataduras tecnológicas. ¡Vamos a recuperar esa esencia!