Opinión

La carrera por el alivio

(Foto: DALL·E ai art).
Aixa Almagro | Martes 15 de julio de 2025

Si hay algo que me ha enseñado mi vida en Almería es que, a veces, las soluciones más simples están escondidas detrás de los problemas más complejos. Y vaya si tenemos un problema entre manos: la crisis del fentanilo en Estados Unidos. Mientras tanto, aquí en nuestra soleada tierra, nos preocupamos por las olas de calor y las fiestas de verano, pero no podemos ignorar lo que está sucediendo al otro lado del charco. La adicción a los opioides se ha convertido en una pandemia silenciosa que nos afecta a todos, aunque creamos que estamos a salvo.

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Recuerdo una conversación con mi amigo Pablo, un joven médico que trabaja en el hospital de Torrecárdenas. Él siempre dice que la medicina es como el arte; hay que encontrar el equilibrio perfecto entre lo que cura y lo que puede hacer daño. En su día a día, se enfrenta a pacientes con dolores crónicos que buscan alivio desesperadamente. Pero, ¿a qué precio? La sombra del fentanilo acecha incluso en nuestras consultas más cercanas.

La noticia de la carrera por desarrollar analgésicos alternativos me hace reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. Por un lado, está la necesidad de aliviar el dolor físico —algo tan humano— y por otro, el riesgo de caer en la trampa de la adicción. En Almería, donde el sol brilla casi todo el año y las playas son un refugio para muchos, también hay historias ocultas de sufrimiento. Conozco a María, una mujer valiente que ha luchado contra su propia batalla con los analgésicos recetados tras una operación. Su historia es un recordatorio escalofriante de cómo algo tan simple como un medicamento puede convertirse en una cadena.

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Así que ahora los científicos están corriendo para encontrar alternativas al fentanilo. ¡Qué ironía! Mientras nosotros corremos para llegar a tiempo a la playa o al chiringuito más cercano, ellos corren para salvar vidas. Me imagino a esos investigadores encerrados en laboratorios, rodeados de tubos de ensayo y fórmulas químicas, buscando esa "píldora mágica" que pueda aliviar sin atar al paciente a una nueva dependencia.

Por supuesto, no todo es pesimismo. Hay avances prometedores y enfoques innovadores que están surgiendo desde diferentes rincones del mundo. Desde técnicas de neuromodulación hasta tratamientos basados en plantas medicinales (¡hola, romero almeriense!), parece que hay esperanza en medio del caos. Pero también es cierto que debemos tener cuidado; no queremos cambiar un monstruo por otro.

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En mi opinión personal —y esto lo digo desde el corazón— necesitamos abrir los ojos y ser conscientes del impacto real de nuestros hábitos médicos y sociales. No solo se trata de buscar soluciones rápidas; se trata de educar y crear conciencia sobre el uso responsable de los medicamentos. Aquí en Almería somos afortunados porque tenemos una comunidad solidaria; quizás deberíamos aprovechar eso para generar diálogos sobre salud mental y bienestar emocional.

Así que mientras miro hacia el horizonte desde mi balcón con vistas al mar Mediterráneo, me pregunto: ¿qué futuro le espera a nuestra relación con el dolor? Espero sinceramente que esta carrera por nuevos analgésicos no sea solo una competencia científica sino un verdadero compromiso por cuidar nuestra salud y bienestar colectivo.

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Al final del día, todos queremos vivir sin dolor —físico o emocional— pero nunca olvidemos que cada elección tiene sus consecuencias. Y mientras seguimos buscando respuestas, recordemos siempre mirar hacia nuestro alrededor; quizás ahí esté la clave para sanar tanto cuerpo como alma.