Opinión

Feijóo ya ha elegido el camino

(Foto: DALL·E ai art).
Rafael M. Martos | Lunes 09 de junio de 2025

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Este domingo por la mañana, la Plaza de España en Madrid fue el escenario de una de esas imágenes que no son sólo fotogénicas, sino políticamente significativas. Miles de personas —cerca de 50.000 según la Delegación del Gobierno, más de 100.000 según el PP— respondieron a la llamada de Alberto Núñez Feijóo bajo un lema directo y provocador: "Democracia o mafia".

La manifestación tenía un objetivo claro: exigir la dimisión de Pedro Sánchez y la convocatoria inmediata de elecciones. Pero más allá de la pancarta, los discursos y los gritos de “¡dimisión!”, lo verdaderamente relevante no fue la protesta en sí, ni siquiera su capacidad de movilización, sino el mensaje político que quiso subrayar Feijóo. Un mensaje que, a poco que se escuche con atención, traza una hoja de ruta precisa: el PP quiere volver al centro. Y Feijóo ha decidido que el espejo en el que mirarse se llama José María Aznar... esperemos que solo en eso, porque podemos recordar como han acabado algunos miembros de su núcleo duro.

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Durante su intervención, el líder del Partido Popular hizo un repaso breve por los diferentes presidentes que ha tenido su formación. Pero después de reivindicarse como heredero de todos ellos, hubo una nueva mención específica y nada casual a Aznar. Feijóo recordó que fue él quien supo colocar al PP en el centro del tablero político, ensanchar así su base electoral y, por primera vez, llevar al partido al Gobierno de España. La alusión no fue nostálgica, fue estratégica. Fue una forma de decir, sin necesidad de explicitarlo, que ese es el camino que él también pretende seguir. Y que, además, cree que es el único viable para construir una alternativa sólida al sanchismo.

Porque ese es el punto de fondo: el PSOE de Pedro Sánchez está más solo que nunca, y recuerda en gran medida a la última etapa del felipismo, cuando cada día nos desayunábamos con un nuevo caso de corrupción, cuando el partido se desangraba electoralmente y Aznar fue capaz de recoger todo aquel descontento. No hay presupuestos, no hay leyes, no hay gestión. Y lo que sí hay es una cadena interminable de cesiones —algunas imposibles de imaginar hace apenas unos años— a sus socios independentistas, populistas y nacionalistas. Es una mayoría de retales, basada más en el trueque que en la convicción, que no resiste el desgaste de la realidad. El PSOE no gana elecciones: las pierde, y las sostiene a base de pactos inverosímiles. Perdió las generales, perdió las municipales, perdió casi todas las comunidades. Y, aun así, sigue en La Moncloa gracias a una geometría variable que hace equilibrios entre la derecha catalana de Junts y la izquierda extrema de Bildu, ERC, Sumar y quien se tercie.

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Feijóo lo sabe. Y por eso no se conforma con fidelizar al votante clásico del PP. Sabe que la única manera de gobernar pasa por captar el voto del PSOE desencantado, el de ese votante que ya no reconoce a su partido, que se siente huérfano, que empieza a pensar que Pedro Sánchez está dispuesto a prometer una cosa y su contraria con tal de seguir en el poder. Ese votante, si no ve en el PP una opción moderada, responsable, institucional, no dará el salto. Por eso Feijóo necesita poner al PP en el centro. Por eso citó a Aznar. Por eso esta manifestación fue algo más que un acto de protesta: fue una declaración de intenciones.

Eso no significa que todo esté hecho. Feijóo tiene aún un doble reto: por un lado, mantener a raya las tensiones internas de un partido donde conviven sensibilidades muy distintas (no hay más que ver la dureza de Ayuso en sus declaraciones); por otro, no caer en la tentación de un centrismo vacío, que se limite a parecer moderado sin ofrecer respuestas claras a los desafíos que enfrenta el país. Porque el votante que huye del PSOE no busca solo formas, busca también fondo, liderazgo y credibilidad.

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Lo que vimos este domingo fue el primer acto de algo más grande. Feijóo ha elegido el camino. No será el más fácil, pero es el único que puede conducirlo a la Moncloa. Si logra mantenerlo y consolidar esa imagen de centralidad moderna, como ya hizo Aznar en los noventa, entonces el PP puede convertirse en algo más que una alternativa: puede convertirse en la mayoría que le dé fin a esta etapa política marcada por la inestabilidad y la cesión constante.

Y eso, más allá de las cifras, los cánticos o las banderas, fue lo verdaderamente importante de la mañana en Madrid.