Opinión

Precariedad laboral bien vestida

Rafael M. Martos | Viernes 27 de junio de 2025

Cuando el Gobierno saca pecho por las cifras de empleo, conviene afinar la mirada, porque todos quieren apuntarse tantos, y por eso no entran en detalles. Y es que cuando baja el desempleo, en Andalucía y sube en España, el PP corre a aplaudir a la Junta y criticar al Gobierno central, cuando sucede al revés, pues se cambian las tornas. El PSOE saca pecho porque si hay buenos datos, se deben, aseguran, a la reforma laboral que hizo el Gobierno central, mientras que el PP lo atribuye a las políticas de la Junta de Andalucía. Al final los unos se escudan en los otros.

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A ojos del Ejecutivo, los datos son incuestionables: récord de afiliaciones a la Seguridad Social y una contratación indefinida que no deja de crecer desde la reforma laboral de 2021. A ojos de cualquiera que los lea con detalle, lo que crece, en realidad, es la rotación, la fragmentación del tiempo trabajado y, en definitiva, la precariedad.

Las cifras de afiliación, convertidas en bandera oficial del éxito, contienen una trampa aritmética. No miden personas trabajando, sino altas registradas. Y si una misma persona es contratada y despedida tres veces en un mes, suma tres afiliaciones. El dato se infla sin que haya un solo trabajador más. Por eso más afiliados a la Seguridad Social no genera in incremento de ingresos similares de cotizaciones. La música suena bien, pero la letra no dice lo que parece.

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Ese “aumento” de afiliaciones que tanto se celebra no indica una mejora del mercado laboral, sino un fenómeno de fragmentación creciente del empleo. Un trabajador con tres empleos precarios en un mes cuenta como tres veces más en la estadística, pero no paga tres alquileres ni come tres veces mejor. Simplemente sobrevive con la misma incertidumbre, solo que más atomizada.

El segundo pilar del optimismo gubernamental es el ascenso de los contratos indefinidos. Desde la reforma laboral, se ha producido un vuelco formal en la contratación: más de la mitad de los nuevos contratos llevan la etiqueta de “indefinido”. Pero como bien sabemos, en política como en mercadotecnia, las etiquetas no garantizan la calidad del producto.

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Según datos oficiales de la Junta de Andalucía y de fuentes sindicales, los contratos de prueba no se superan ya un 600%, la duración media de los contratos ha caído en picado: de 85,6 días de 2016 y los 56 días en 2021, hemos pasado a unos escasos 42 días en 2024. Es decir, ahora se firman más contratos “indefinidos”, sí, pero duran menos. Se produce así la paradoja española: más estabilidad en los papeles, menos estabilidad en los hechos.

Porque, seamos serios, un contrato que expira antes de que el trabajador se haya aprendido el nombre de todos sus compañeros difícilmente puede considerarse un triunfo de la estabilidad. Y sin embargo, eso es lo que vende el Ejecutivo, con entusiasmo institucional y ruedas de prensa radiantes.

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Lo que estos datos revelan, en definitiva, es que el éxito del modelo no radica en haber reducido la precariedad, sino en haberla revestido con ropaje más elegante. El trabajador que antes encadenaba contratos temporales, ahora encadena contratos “indefinidos” igual de efímeros. La inestabilidad sigue, pero se presenta con mejores modales.

No es una cuestión menor. Esta lógica tiene implicaciones directas sobre las cotizaciones, las pensiones futuras y, sobre todo, sobre la vida real de millones de personas. Un país no puede llamarse justo ni sólido si celebra como victoria que un trabajador sobreviva al mes con contratos de 45 días.

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Por supuesto, siempre habrá quien prefiera creer en la propaganda antes que en los matices. Pero si se quiere tomar en serio el debate sobre el empleo en España, lo primero que habría que hacer es dejar de confundir volumen con calidad, cantidad con bienestar, contrato con dignidad.

Porque un contrato puede ser “indefinido” y, aun así, durar menos que una promesa electoral.

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