Opinión

Madrid no es un modelo: es la capital

Rafael M. Martos | Sábado 28 de junio de 2025

Cada cierto tiempo, de modo cíclico, nos desayunamos con los rankings que sitúan a la Comunidad de Madrid como la gran locomotora económica del país. Encabeza la creación de empresas, lidera la renta per cápita, es la comunidad que más inversión extranjera recibe y la que más PIB genera por habitante. Y claro, siempre hay quien, desde el púlpito mediático, nos mira al resto de territorios —especialmente a los del sur— como si no estuviéramos a la altura, como si el milagro madrileño fuera mérito exclusivo de la buena gestión y del espíritu emprendedor castizo.

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Pero no, Madrid no es un milagro. Madrid es la capital. Y eso lo cambia todo.

Es la sede del Gobierno central, de los ministerios, del Congreso, del Senado, de los grandes organismos públicos, del IBEX, de las embajadas, de las multinacionales que quieren estar cerca del BOE. Según datos del INE, más del 60% de las grandes empresas tienen su sede social en Madrid, aunque su actividad real esté repartida por el resto del país. Esto distorsiona por completo los indicadores, porque los beneficios se computan allí, aunque se generen fuera.

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Además, la Comunidad de Madrid capta el 72% de toda la inversión extranjera que llega a España, según el Registro de Inversiones del Ministerio de Industria. ¿De verdad creemos que eso se debe exclusivamente a una fiscalidad más baja? ¿O tendrá algo que ver el hecho de que los centros de decisión económica y política estén todos allí, a tiro de metro?

Este fenómeno tiene nombre y apellidos: efecto capitalidad. Y no lo decimos solo los que ya estamos un poco hartos de ver cómo se nos margina sistemáticamente, sino que está documentado por múltiples informes académicos y económicos. Ser la capital de un Estado no es una condición cualquiera: implica un flujo constante de recursos, decisiones, relaciones y visibilidad que ningún otro territorio tiene.

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Y mientras tanto, ¿qué pasa en otros rincones del país? Podríamos poner el ejemplo de Andalucía, que poco a poco var creciendo económicamente, situándose con enorme esfuerzo en esos puestos tan complicados. Atraemos más inversión extranjera que antes, se crean más empresas, baja el desempleo... pero aún así tenemos muy difícil competir con Madrid.

Podríamos detallar como nos afecta el efecto capitalidad, pero vamos a concretar en el caso de Almería, que conocemos bien, aunque insisto, con matices, puede aplicarse al resto de territorios andaluces, porque cada cual a su manera sufre esa situación.

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Almería tiene uno de los aeropuertos con mayor ocupación media por vuelo de Andalucía, pero a pesar de ello, su crecimiento está estancado desde hace años, y no hay más vuelos ni más destinos porque desde Madrid las compañías y quienes pueden influir en las compañías, no hacen nada. Las conexiones ferroviarias son tan precarias que no existen: no tenemos AVE, pero tampoco trenes convencionales, y el soterramiento no estará listo hasta 2030.

Por carretera, seguimos dependiendo de una A-7 que se convierte en cuello de botella en cuanto hay un accidente o una operación salida, y es solo ahora cuando al fin están implementando un tercer carril que será insuficiente, como insuficientes son las entradas y salidas desde algunos municipios que dan a ella. Nada de corredor mediterráneo ni de red logística que permita que nuestras exportaciones salgan por tierra con agilidad. Y, sin embargo, Almería exporta más de 3.000 millones de euros anuales en productos hortofrutícolas. Es decir, seguimos tirando del carro económico a pesar del abandono estructural, porque tampoco nuestro puerto es el gran nudo que debería ser, precisamente por esa falta de conexiones.

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Y aquí está la paradoja: mientras Madrid sigue creciendo por acumulación de poder institucional y centralismo económico, provincias como Almería —productivas, dinámicas, pero maltratadas en infraestructuras— arrastran un techo de cristal que nadie quiere ver.

El problema no es que Madrid funcione. El problema es que se nos vende como modelo lo que en realidad es una anomalía concentrada: un sistema que acumula competencias, inversiones y ventajas por el mero hecho de ser la capital de España. Un modelo que, si se replicara en todos los territorios, simplemente colapsaría, porque no hay sitio para tantos “centros del mundo”.

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A estas alturas, seguir hablando de cohesión territorial sin abordar el efecto capitalidad es una forma de disfrazar el desequilibrio. Y seguir hablando de convergencia entre comunidades sin invertir de forma decidida en las que llevan décadas de infrafinanciación y olvido, es una burla.

Lo que necesitamos no es que todos seamos Madrid. No queremos que Madrid presuma de los andaluces que allí viven y trabajan, lo que queremos es que esos andaluces puedan aportar su capacidad de trabajo y emprendimiento, su talento, su poderío, aquí, en Andalucía. Lo que necesitamos es que cada territorio tenga una oportunidad real de crecer con sus propios medios, con infraestructuras dignas y con políticas que compensen —no agraven— las desigualdades históricas.

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Porque mientras el poder siga centrado en el kilómetro cero, lo que no es capital será, por sistema, periferia. Y algunos ya estamos hartos de que se nos trate como si esa periferia fuera inevitable. Porque no lo es.