El incremento de las temperaturas, consecuencia del cambio climático, ha pasado de ser una preocupación a largo plazo a convertirse en un riesgo inmediato en diversos entornos laborales. El estrés térmico ya no se limita a actividades al aire libre durante el verano; se ha transformado en una amenaza silenciosa que afecta también a espacios cerrados con ventilación inadecuada, maquinaria que emite calor y cargas físicas elevadas.
El estrés térmico ocurre cuando la acumulación de calor en el cuerpo supera su capacidad para disiparlo. Este desequilibrio puede provocar efectos fisiológicos que van desde calambres y desmayos hasta el grave golpe de calor, un episodio potencialmente fatal si no se actúa rápidamente. A partir de los 40,5 °C de temperatura corporal, los sistemas de termorregulación fallan y el riesgo de daño orgánico severo aumenta considerablemente.
Los factores que incrementan el riesgo de sufrir estrés térmico se pueden agrupar en tres categorías:
Una combinación de altas temperaturas, esfuerzo físico intenso y ropa poco transpirable puede provocar rápidamente una sobrecarga térmica, especialmente en individuos que no están aclimatados.
La prevención debe iniciarse con una evaluación exhaustiva de riesgos, identificando tareas críticas y estableciendo medidas que aborden tanto el entorno como la organización laboral. Entre las acciones recomendadas se encuentran:
En sectores como la construcción o la agricultura, donde la exposición directa al calor es inevitable, ya existe legislación laboral que exige adaptar las condiciones ante alertas meteorológicas adversas. En estos casos, una planificación adecuada se convierte en una herramienta esencial para garantizar la seguridad laboral.
Tanto las empresas como los trabajadores tienen un papel crucial en la gestión del riesgo térmico. Las organizaciones deben integrar este riesgo dentro de su política preventiva mediante vigilancia específica de salud y diseño adecuado de planes operativos. Por su parte, los empleados deben seguir las instrucciones de seguridad establecidas, mantener hábitos correctos respecto a hidratación y protección personal, así como reportar cualquier síntoma preocupante.
No cabe duda: el estrés térmico representa un riesgo real y creciente. Ignorarlo podría acarrear consecuencias graves; sin embargo, gestionarlo adecuadamente no solo protege la salud sino que también mejora el rendimiento laboral y el ambiente general. Apostar por medidas preventivas frente al calor es más que una opción; es una necesidad imperante en nuestros entornos laborales.