Opinión

El barrio de Otra Almería

Rafael M. Martos | Miércoles 09 de julio de 2025

Almería tiene dos barrios con nombres que, siendo sinceros, no se han roto mucho la cabeza al bautizarlos, pero hay que reconocerles algo: tienen un punto de optimismo casi poético. Nueva Andalucía y Nueva Almería. Como si con el simple adjetivo “nueva” se convocara al futuro, al cambio, al deseo de superación. Uno piensa en esos nombres y se imagina avenidas modernas, equipamientos relucientes, centros culturales funcionando a pleno rendimiento… en fin, una ciudad que avanza, que no se resigna a quedarse donde estaba. Y eso, aunque suene grandilocuente, ya dice bastante de la vocación de quienes un día soñaron con una Almería mejor en una Andalucía mejor.

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Pero no voy a hablar de esos barrios, sino de otro, del barrio llamado Otra Almería.

Y es que mientras hablamos de evocadoras nomenclaturas, viene al caso la pesadilla diaria que se ha convertido la obra del Paseo de Almería. No hay que restarle ni una coma a la razón que asiste a quienes se quejan de su retraso. Es verdad: se eterniza, incomoda, perjudica a vecinos y comerciantes. Los atascos, el polvo, el ruido… y esa sensación de que no se avanza al ritmo que se prometió. Todo eso es cierto y nadie con dos dedos de frente lo puede negar.

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Pero convendría también recordar que, cuando esa obra se acabe, los primeros que se van a beneficiar de ella son precisamente esos mismos comerciantes. Que sí, que bastante tienen con aguantar el tirón ahora, pero también deberían tener presente que esa transformación, esa inversión, la estamos pagando entre todos los almerienses. Todos. Desde los que viven en Pescadería hasta los que se apañan como pueden en otras zonas donde ni sueñan con que llegue una obra de esa envergadura como El Alquián o Los Molinos.

Y es justo ahí donde uno se pregunta: ¿para cuándo el turno de la Otra Almería?

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Porque sí, hay otra. La que no tiene escaparates bonitos ni terrazas fotogénicas. La que no sale en las postales ni en los vídeos promocionales del Ayuntamiento aunque tengan un Museo de Antonio de Torres oculto entre sus callejuelas. Y esa otra Almería, la de los barrios que rodean el centro, también existe. También paga impuestos. También vota. Y también sueña, aunque a veces se le nota el cansancio de soñar siempre en balde.

Es de justicia reconocer que se ha hecho un esfuerzo importante en el entorno de la Alcazaba. El resultado es, en general, aceptable. Y vale, sí, para qué pedir peras al olmo: comparado con lo que había, aquello ya es casi un milagro. Pero fuera de ahí, uno mira y ve barrios donde las promesas se eternizan o, directamente, ni existen. Donde no hay ni una mísera acera en condiciones. Donde los contenedores están rotos desde hace años y la empresa concesionaria ni los toca, ni el Ayuntamiento parece tener muchas ganas de llamarles la atención.

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Hay barrios donde los escolares no tienen una plaza digna donde jugar. Donde el transporte público es poco menos que una anécdota. Donde no hay centros cívicos —y si los hay, están cerrados. Donde las calles no están sucias: están olvidadas. Como si los barrenderos pasaran de largo porque allí no hay votos que rascar.

Y claro, uno entiende entonces el desánimo, el cabreo, la sensación de abandono. Porque cuando solo te llaman cada cuatro años para que deposites tu voto, cuando no se acuerdan ni de barrer tu calle, ni de cambiarte un contenedor, ni de ponerte una farola, ni de preguntarte qué necesitas… pues lo lógico es que empieces a plantearte si lo único que tienes es el voto, quizá lo más revolucionario que puedes hacer es no dárselo a nadie. Ni a los que gobiernan y no hacen, ni a los que aspiran a gobernar y ni se pasan por tu barrio a preguntar.

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Porque ya está bien de la Almería de escaparate. Porque ya va tocando pensar en la Almería real. Esa que está más allá del Paseo. Ese barrio es Otra Almería que, aunque no sea nueva, también quiere un futuro. Y lo quiere ya.