A veces uno se pregunta si la política sirve ya para algo más que para perder el tiempo y la paciencia. Porque hay días —cada vez más— en los que lo razonable, lo simple, lo de puro lógico, se convierte en campo de batalla. Y no por su contenido, sino por su envoltorio. Basta que lo proponga uno de “los otros” para que automáticamente se convierta en anatema. Y eso, sinceramente, es como ver a dos personas discutiendo si la tierra es redonda o plana, pero con más mala leche y menos sentido del humor.
Pongamos un ejemplo. Último pleno del Ayuntamiento de Almería. El portavoz del grupo municipal de Podemos, Izquierda Unida y demás siglas de izquierdas, Alejandro Lorenzo, presenta una moción para crear “refugios climáticos”. El término, admitámoslo, suena más a eslogan que a sentido común. Pero lo que proponía, en el fondo, era ni más ni menos que lo que cualquiera que haya pisado Almería en julio agradecería: zonas con sombra, más árboles, fuentes, espacios frescos. Lo que toda la vida ha sido buscar un banco bajo un ficus y una fuente donde llenar la botella.
Es cierto que la moción venía envuelta en la retórica típica de la izquierda más progre, con menciones al cambio climático, la justicia ecológica y demás parafernalia conceptual. Pero si uno rascaba un poco la superficie —no mucho, con una uña bastaba— lo que había debajo era puro sentido común: en una ciudad donde el asfalto se convierte en plancha y la sombra es más valiosa que el wifi, lo lógico es crear espacios donde refrescarse y no morir en el intento.
Y sin embargo, el grupo municipal de Vox, tan fiel a su guion como al “no” por sistema, no la apoyó. ¿La razón? La de siempre. Que si el cambio climático es una milonga globalista, que si esto es puro teatro ideológico, que si Soros, que si Greta, que si la Pachamama. En fin, lo habitual. Una vez más, se impuso la trinchera. No importó lo que se pedía, sino quién lo pedía. Porque esa misma moción la podría haber presentado Vox, pero con otro vocabulario, algo así como “creación de zonas de descanso patrióticamente umbrías bajo toldos rojigualdas”, y "fuentes de agua española para los recios caballeros y guapas señoritas".
Este episodio es la muestra perfecta del disparate que nos invade: cuando lo razonable se convierte en discutible simplemente porque viene con el sello ideológico del rival. Y esto no lo arregla ni el mejor de los árboles. Porque el problema aquí no es de sombra, es de luces. Falta inteligencia, falta cintura, y sobre todo, falta voluntad de entender al otro, de leer más allá del eslogan, de traducir el mensaje en vez de quemarlo como si fuera herejía.
Tal vez si Podemos hubiera presentado la moción con un lenguaje menos florido y más directo —"Oigan, que hace calor y necesitamos más árboles, más toldos y más fuentes"— no habría provocado tanto rechazo. O tal vez sí. Tal vez, aunque hubieran recitado la moción en latín clásico, el voto negativo estaba decidido desde el momento en que el proponente tenía coleta imaginaria y un discurso progresista. Del mismo modo que si Vox propusiera poner una fuente en cada plaza, habría quien votara en contra sólo por no verse retratado compartiendo agua con Abascal.
El problema no es la izquierda ni la derecha, ni siquiera el calor. El problema es que la política se ha convertido en una pelea de barro entre sordos. Y en esas, lo razonable ya no tiene cabida. Porque si hay algo que molesta en una trinchera, es la voz de la razón. Estorba. Desestabiliza. Te obliga a salir del hoyo y mirar al otro lado. Y claro, eso sí que no.
Mientras tanto, el asfalto sigue ardiendo, los abuelos buscan desesperados una sombra que no sea la del parquímetro y los niños se achicharran en columpios que, si no te matan de un golpe, te cuecen el culo. Pero no importa. Lo importante es que la batalla ideológica siga su curso. Que la razón se sacrifique en el altar de la consigna. Que los árboles no tapen el discurso. Que nadie beba del manantial equivocado.
Y si de paso el mundo se va a pique por no ponernos de acuerdo en plantar un naranjo... bueno, quizá merezcamos un poquito de extinción. Por idiotas.
Con sombra o sin ella.