Opinión

¿Dónde está el límite del odio en redes?

Lorena López | Jueves 31 de julio de 2025

El pasado 30 de julio, el Gobierno anunció la creación de un grupo de trabajo junto a plataformas como Meta, X (antes Twitter), TikTok o Google para combatir los discursos de odio en redes sociales. El dato que acompaña la medida es contundente: solo el 4 % del contenido denunciado se elimina en las primeras 24 horas.
La intención es clara, pero la sensación general es que llegamos tarde y con herramientas que, por ahora, no funcionan del todo.

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Tomemos el caso de Instagram, por ejemplo. La plataforma ha apostado por ocultar ciertos términos considerados ofensivos en comentarios o mensajes. El problema es que, como suele pasar con los algoritmos, se equivoca: a veces bloquea una palabra mal escrita y otras deja pasar insultos de manual. Pero más allá del sistema, el verdadero problema sigue ahí: los ataques personales no dejan de crecer.

Comentarios sobre el físico, la voz, la ideología, la edad o incluso la forma de trabajar. Y esto no va solo con influencers o personajes conocidos. Le puede pasar a cualquier persona que tenga una cuenta pública, a una empresa que es activa en redes o incluso a una institución que publica con regularidad. A veces basta con que un vídeo se viralice para que aparezca la crítica más despiadada, sin filtro ni contexto.

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Siempre se dice que si te expones, te arriesgas. Que es parte del juego. Pero… ¿de verdad tenemos que aceptar que comunicar conlleva asumir el odio como peaje? Una cosa es no agradar a todo el mundo, lo cual es natural, y otra muy distinta es normalizar los ataques gratuitos como si fueran parte del paquete.

La iniciativa del Gobierno puede ser un primer paso, pero si algo ha quedado claro es que no basta con automatizar la moderación. La conversación va más allá: tiene que ver con cómo usamos estas plataformas, cómo respondemos como sociedad a este tipo de comportamientos y qué papel jugamos todos: usuarios, marcas, medios, profesionales. Para no seguir alimentando un entorno cada vez más violento.

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No se trata solo de censurar, sino de reflexionar sobre cómo nos estamos comunicando y qué efectos tiene eso en las personas. Porque, al final, más allá de los likes, los algoritmos y la visibilidad, esto va de personas que están al otro lado de la pantalla. Y el daño no es gratuito.