Opinión

La feminidad en el coliseo romano del siglo XXI

Luis Saracho Cruz | Viernes 01 de agosto de 2025

Cuando la política se convierte en un sainete cada vez más alejado de la sociedad, esta busca respuestas en los puños de dos influencers.

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Este fin de semana se celebró en Sevilla uno de los eventos más relevantes del audiovisual español actual, especialmente dentro del mundo del streaming: la quinta edición de la llamada Velada del Año. Se trata de un evento de boxeo organizado por el bilbaíno Ibai Llanos, uno de los mayores referentes en habla hispana del entretenimiento en directo a través de plataformas digitales como Twitch.

El formato consiste en combates de boxeo entre celebridades de internet —streamers, tiktokers o youtubers— que se baten en el ring como si fueran gladiadores modernos. Esta edición batió récords: 80.000 asistentes presenciales y un pico de 9,19 millones de dispositivos conectados simultáneamente.

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El Estadio de La Cartuja se transformó por unas horas en un crisol de moderneces, puñetazos y espectáculo, todo ello con el respaldo institucional de la Junta de Andalucía. El propio presidente, Juanma Moreno, aseguró que "Ibai Llanos hace que el mundo mire al Sur", y razón no le faltaba: la sociedad civil estaba mirando. Las cifras superaron incluso los 3,85 millones de espectadores de la edición anterior en el Bernabéu, dejando claro que necesitamos distracciones que nos hagan olvidar un poco la auténtica vergüenza que simboliza para el español medio el panorama político patrio.

Pero ni siquiera un evento de boxeo con streamers que salen al ring ataviados con armaduras de Minecraft puede librarse de la política en la sociedad hiperpolarizada en la que vivimos. Un combate había atraído previamente las miradas de periodistas y analistas políticos. Me refiero al combate de Abby vs Roro, dos chicas influencers de veintipocos años que subieron al ring no solo una enemistad real fuera del cuadrilátero sino un debate sobre dos modelos de feminidad española que hace que me pregunte hasta qué punto hemos asumido ese siniestro slogan de “Lo personal es político”.

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Lo cierto es que el duelo se podía percibir como un teatro maniqueo en el que la mujer buena y luchadora iba a desquitarse con la mala. Roro es una chica de menos de un metro cincuenta que se hizo viral hasta la saciedad por hacer vídeos en TikTok cocinando para su novio Pablo y que ha conseguido las mayores cotas de fama online con las fundadas sospechas de contar con una agencia de marketing en la sombra que pule cada paso que da. Desde el exvicepresidente Pablo Iglesias, quien le dedicó un artículo en su medio Canal Red, hasta los sospechosos habituales de la extrema izquierda nacional habían estado criticando a la influencer, generando en muchos observadores el shock de no terminar de entender que se critique políticamente a una chica por ejercer de forma pública lo que desde esas coordenadas han venido a llamar despectivamente “los cuidados”, actos tan usuales como cocinar o querer a tu pareja y que hace no tanto tiempo se consideraban valores de la buena vida.

A todo ello se le unía la baja estatura de la chica que, junto a un pasado de bullying, la convertían en el David justiciero que se plantaba frente a un Goliat, esta vez encarnado en una “gamer” mallorquina de 1,72 centímetros.

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Esta, la influencer Abby, se hizo famosa en las redes por mantener relaciones sentimentales con otros streamers, hecho que siempre ha levantado suspicacias entre sus críticos. Además, basa su contenido en encarnar un personaje irascible, de insulto fácil y que la toma con otros jugadores. Paulatinamente ha ido acercándose cada vez más a posiciones feministas y de extrema izquierda, vertiendo en repetidas ocasiones críticas contra Roro y llegando a decir que “hace daño al feminismo”. Por todo ello y por otros motivos tan banales como haberse poli operado o decir que aceptaría una infidelidad a cambio de diez millones de euros, la influencer Abby se había granjeado el odio de gran parte del público y mucha gente acudió a ver el combate con la esperanza de que la feminidad tradicional o simplemente normal de Roro quedara simbólicamente coronada como ganadora.

Con todas las cartas sobre la mesa, ambas influencers salieron ante el enfervorecido público de La Cartuja dispuestas a desenlazar su enemistad y encarnando una vez más las personalidades opuestas que las habían llevado hasta allí. Abby hizo una salida convencional y chulesca, con el reggaetonero/rapero de turno adornando el séquito. Por su parte, Roro apareció coreografiada con un robot gigante que, tras imitar a la película Real Steel, resultó ser un disfraz para su novio, a quien besó antes de subir al ring, volviendo a escenificar una vez más el papel de quien se apoya en el amor a su pareja para encarar los retos de la vida. Ya solo faltaba el sonido de campana que daría inicio al encuentro.

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Lo cierto es que, a pesar de toda la expectación, el combate no dio demasiado espectáculo y se limitó a mostrar al público lo que en realidad allí había: dos influencers jóvenes intentando encajarse algunos picotazos que, al menos a través de la pantalla, no parecían doler mucho. La madrileña Roro se lanzaba todo el rato a empujar a la mallorquina que, valiéndose de los 23 centímetros de altura que le aventajaban, solo necesitó estirar un poco los brazos para terminar encajando un par de puños en la cara de su rival, quien no podía evitar ser vapuleada, tropezar y finalmente, perder el combate por puntos. La gran expectación dio paso a un ambiente general de decepción y desánimo cuando el jurado proclamó como vencedora a Abby y el estadio se rompió en bochornosos abucheos que nos hicieron ruborizar incluso a todos aquellos que habíamos acudido al show con ganas de ver sufrir a la abucheada.

Tras el insípido momento de desánimo que dejó el resultado del combate, no pude evitar sentir una mezcla de sensaciones y acabar pensando que estaba ante un fiel reflejo de la vida y de nuestra sociedad. Tantos nos habíamos acercado al combate para ver cómo la “España normal” machacaba a una engreída y adinerada activista de extrema izquierda que se nos olvidó que las historias llevan teniendo los mismos finales desde la tragedia griega y que la voluntad no siempre puede sobreponerse a los nudillos de quien te saca un palmo.

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Si tuviera que extraer una lección de cada una de las chicas, diría que Roro nos puede hacer aprender que, aunque la razón esté de tu parte, no siempre vas a recibir los resultados esperados, pero si realmente haces las cosas bien, podrás tener siempre la oportunidad de levantarte. A Abby le diría que, aunque las malas formas de los asistentes me generaron pena y vergüenza, son la prueba de que ganar en la vida no significa que lo estés haciendo bien y los demás pueden percibirlo.

A pesar de todo, creo que el encuentro acabó con un mensaje positivo. La ganadora quiso terminar con unas buenas palabras para su rival: “Nos hemos lesionado, te has subido aquí y me has plantado cara, así que yo esta noche sólo veo dos ganadoras”. Así se expresó Abby, consiguiendo ignorar los abucheos del público que se tornaron en vítores cuando seguidamente alzó el brazo de la perdedora y se dio un abrazo con ella. No sé si sus palabras fueron motivadas por la tan manida “sororidad” feminista, pero sí sé que son los sentimientos que me gustaría ver en España de ahora en adelante y no tanto el guerracivilismo al que estamos acostumbrados, ya sea en las tertulias televisivas o en los puños televisados de dos veinteañeras.

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