Nos dijeron que 2025 sería un año para la historia. Literalmente. Pedro Sánchez anunció, con la solemnidad que reserva para los días grandes, que se dedicaría a conmemorar el 50 aniversario de la muerte de Franco y, de paso, el medio siglo de libertades "que nos ha costado tanto ganar" aunque el dictador murió en la cama. Hubo nota oficial, rueda de prensa, comité científico, directora de la cosa con magnífico sueldo, y hasta lema con logo: España en libertad. Prometieron más de un centenar de actos por todo el Estado, conmemoraciones en cada rincón, conferencias, exposiciones, jornadas educativas… un despliegue cultural y político para recordar de dónde venimos y qué significa vivir en democracia. Salía a un acto cada tres días... un auténtico revival del franquismo, o del antifranquismo, o de ambas cosas, y todo a mayor gloria del partido que menos se significó en aquella lucha, porque quienes pusieron los presos fueron los comunistas, no los socialistas (alguno hubo, sí).
El arranque fue intenso: a principios de enero, discursos encendidos, reproches cruzados en el Congreso y titulares de prensa en todas partes. La oposición, como era de esperar, acusó a Sánchez de usar a Franco como arma electoral, y Sánchez, como también era de esperar, se declaró imperturbable, reivindicando la memoria histórica frente al revisionismo, aunque era a él a quien desde su derecha y su izquierda acusaban de revisionista. Todo parecía preparado para un año vibrante en el calendario de actos.
Y luego… nada. O casi nada.
Llegamos a agosto —mitad de mes— y el ruido inicial se ha disuelto en un eco lejano. Sí, ha habido cosas, pero dispersas, discretas y sin la ambición que se anunció. El secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez —nuestro paisano almeriense— ha hecho movimientos simbólicos y valiosos: declarar el campo de concentración de Argelès-sur-Mer como Lugar de Memoria Democrática, colocar placas en la tumba de Antonio Machado en Collioure, inaugurar exposiciones como la de Paco Roca en el Instituto Cervantes, que rescata las voces silenciadas por la dictadura. También se presentó un anteproyecto para desclasificar documentos secretos del franquismo con más de 45 años.
Todo eso está bien. Pero si uno compara lo ejecutado con la grandilocuencia de lo anunciado, la diferencia es evidente, tanto como unos Presupuesto Generales del Estado. La hoja de ruta parecía diseñada para una presencia constante de la memoria histórica en el debate público, en las calles, en los centros culturales y educativos. Y, sin embargo, el ciudadano medio podría pasar meses sin toparse con un solo acto de los que, supuestamente, iban a marcar el año cada tres días.
Esto no es solo una cuestión de calendario o de programación cultural. Es una cuestión de coherencia. En política, como en la vida, prometer en exceso y cumplir en discreto es el camino más rápido hacia la irrelevancia. Cuando el propio Gobierno bautiza un año como “España en libertad” y después lo convierte en una sucesión de notas de prensa escasas, el mensaje se diluye.
Tal vez la explicación sea más simple: Sánchez es experto en guardar ciertos cartuchos para los momentos clave. Franco resucita mediáticamente cada vez que hay una cita electoral a la vista. No sería extraño que el grueso de los actos llegue en otoño, cuando el clima político pida gestos grandilocuentes. Si es así, el antifranquismo institucional se convierte en un recurso electoral más, no en una política de Estado sostenida y honesta.
Mientras tanto, seguimos esperando. Tal vez Martínez nos sorprenda con un calendario potente que justifique la expectativa generada. O tal vez el 2025 pase como una fecha más, con algún acto disperso que quedará en la hemeroteca, pero sin el alcance que merecería medio siglo de democracia, que era su argumento, aunque como bien le recordaron todos los intelectuales no orgánicos, la muerte del dictador no trajo la democracia ni la libertad... la aprobación de la Ley para la Reforma Política, o la aprobación de la Constitución sí que son fechas conmemorables a estos efectos.
La ironía es que, con tanto silencio, España en libertad empieza a sonar más a España en pausa, como en pausa política está el país, sin presupuestos, sin leyes de calado...