Con el cafelico de media tarde y dándole vueltas a una cosa que nos toca de cerca a los que peinamos (o lo intentamos) la veintena: el curro. Y es que el otro día leía un informe que me dejó pensando. Resulta que el 70% de los jóvenes de mi generación, la famosa ‘Generación Z’, valoramos la estabilidad laboral y un horario fijo por encima de casi todo. ¡Ahí es nada!
A mis padres, que se han dejado el lomo toda la vida, uno en el campo y la otra en el pequeño comercio del barrio, esto les suena a música celestial. "¡Claro que sí, hija! ¡Un trabajo para toda la vida, como Dios manda!", me decía mi padre el otro día mientras arreglaba un gotero en el invernadero. Y yo le entiendo, de verdad que sí. Hemos crecido escuchando historias de hipotecas, de incertidumbre y de cómo la crisis se llevó por delante los sueños de muchos. No es que seamos unos comodones, es que hemos visto las orejas al lobo.
El informe de ManpowerGroup no se queda ahí. Dice también que más de la mitad de nosotros vivimos al día y que un 52% sufrimos estrés laboral a diario. ¡Más de la mitad! Y yo me pregunto, ¿cómo no vamos a tenerlo? En Almería, con una tasa de paro juvenil que siempre nos pone a prueba, encontrar un empleo ya es una odisea. Y cuando lo encuentras, a menudo es un camino de rosas… con más espinas que otra cosa.
Hablaba el otro día con mi prima, que acaba de terminar la carrera y está echando currículums como si no hubiera un mañana. "Es que no pido tanto", me decía con esa mezcla de ilusión y agobio tan nuestra. "Solo quiero un sitio donde pueda aprender, donde me traten bien y donde sepa a qué hora voy a salir para poder, no sé, ¡ir a tomarme unas tapas por el centro o escaparme a la playa de los Muertos un finde!". Y es que esa es la clave. No es que no queramos trabajar, ¡al contrario! Somos una generación preparada, con ganas de comernos el mundo, pero no a costa de nuestra salud mental.
Hemos aprendido a la fuerza que la vida es algo más que producir. Es ver un atardecer desde la Alcazaba, es el paseo marítimo en verano, es la sobremesa de los domingos en casa de la abuela. Y para disfrutar de eso, necesitamos tiempo y, sobre todo, paz mental. Por eso, no nos extrañe que muchos jóvenes almerienses vean con buenos ojos una oposición. No es solo por la "paguica" fija, que también, sino por esa estabilidad que te permite construir un proyecto de vida sin el nudo en el estómago constante.
Pero ojo, que no todo es gris. Soy optimista por naturaleza, ¡qué le vamos a hacer, será el sol de Almería! Veo a mi alrededor a gente joven montando sus propios negocios, apostando por el turismo rural en los pueblos del interior, innovando en el sector agrícola que tanto nos ha dado. Y veo también empresas que empiezan a entender que un trabajador feliz y descansado rinde mucho más.
Quizás el reto está en encontrar ese equilibrio. En que las empresas de nuestra tierra apuesten por el talento joven no solo con un contrato, sino con condiciones que nos permitan crecer profesional y personalmente. Y en que nosotros, los jóvenes, no renunciemos a lo que es importante: un trabajo digno, un horario justo y una vida plena. Porque al final, de eso se trata, ¿no? De currar para vivir, y no vivir para currar. ¡Y si es con vistas al mar, mejor que mejor!