Hace unos meses se podía entender que los chiringuitos apuraran los aceites o las grasas con la que fríen hasta la extenuación, pero el precio del oro verde ha bajado lo suficiente como para no llegar a ese extremo. Dicen que tenemos una sanidad que vigila con celo lo que nos venden, y uno piensa que no deja de ser otra gran mentira de las que nos cuentan los gobiernos, sea de Madrid, de Sevilla o de la capital. Aquí lo único que vigila el gobierno de Pedro son nuestros dineros. En estos días se comenta que hacienda quiso meter mano a los dineros de Begoña, sí, la Bego, la de las saunas, pero algo tuvo que detener la larga mano de hacienda, pues la historia se ha contado como algo que iba a ocurrir, pero que no sucedió. ¿Qué está pensando usted, alma de cántaro? Meterle hacienda mano a la Bego, venga ya.
Centremos el tema, que me voy por las ramas de la política, y andamos de fiestas y de vacaciones en este agosto. Estamos en verano y se celebran fiestas todos los fines de semanas, en el pueblo desde donde les escribo se han celebrado las de Santiago: ¿Quién controla el aceite que usa el chiringuito montado en la calle? Según cómo soplara el viento, había veces que daban ganas de vomitar ante el mal olor a “retestinao”, a frito y refrito mil veces, a no cambiarlo para ganar más dinero, que nos llegaba hasta nuestra delicadas narices, lo del plural es también por mi amigo Manuel, que soportaba los mismos aromas a fritanga. Y los de sanidad ¿dónde estaban para controlar aquel aceite o grasa con el que estaban cocinando en el dichoso chiringuito? Luego dicen que pasan cosas, cómo no van a ocurrir, si en mitad de una calle o plaza se permite cocinar de esta manera.
Cierto que, a las tres de la madrugada, con un par de cubatas en el estómago y otro en la mano, oiga, ya no se notaba ese olor a aceite que llevaba de cabeza nuestras narices. Y volvió la alegría a nuestras caras y los buenos aromas a nuestras pituitarias. Vamos a ponernos que es verano, estén cantando los chicos de Cristal y queremos bailar. Pero cree uno que alguien debe vigilar con algo más de celo a los que montan los chiringos en las fiestas cuando se trata de comida y del uso del aceite. Imagino que a mí me ha tocado escribir sobre el montado en las fiestas de Santiago, pero no hay fiestas donde no caiga otro con iguales circunstancias y nos quejemos de ello.
Al final ya verán ustedes como le echamos la culpa al alcalde de turno. Pobres míos, se les cargan hasta los aceites de los chiringos.