Opinión

Crisis de convivencia

Rafael M. Martos | Domingo 14 de septiembre de 2025

Los almerienses, como el resto del mundo, estamos acostumbrados a observar el convulso panorama político internacional a través de la pantalla. Vemos con cierta distancia cómo los cimientos de la democracia en países que considerábamos faros de la libertad, como Estados Unidos, comienzan a resquebrajarse. El problema, sin embargo, es que esa fractura no es un fenómeno aislado, sino una preocupante tendencia global que también llama a nuestra puerta.

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El ejemplo más reciente y alarmante nos lo ha ofrecido el actual presidente estadounidense Donald Trump, una figura que no deja a nadie indiferente. El 10 de septiembre de 2025, el activista conservador Charlie Kirk, fundador de la influyente organización juvenil Turning Point USA y uno de los principales impulsores del movimiento MAGA (Make America Great Again), fue asesinado en un evento en la Universidad de Utah. Apenas 24 horas después del trágico suceso, el presidente Trump no solo declaró cuatro días de luto nacional por su muerte, sino que anunció que le otorgaría póstumamente la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta condecoración civil de la nación.

Este acto, aunque simbólico, es mucho más que un simple gesto de duelo. Es la legitimación no ya de unas ideas propias de hace dos siglos, sino de una narrativa de confrontación extrema, que es mucho peor. Desde el primer momento, voces prominentes de la derecha, incluyendo al propio Trump, han acusado a "la izquierda radical" del asesinato, ignorando el proceso de investigación y culpando a todo un espectro ideológico en lugar de al presunto autor del crimen. El mensaje es claro: el rival político no es solo un adversario, es un enemigo al que se puede atribuir hasta la más brutal de las violencias. No es un hecho aislado. También ha sido Trump quien ha dejado claro su desprecio por las instituciones democráticas al indultar a los asaltantes del Capitolio del 6 de enero de 2021, a quienes llamó "patriotas". La estrategia es coherente: justificar la violencia como forma de hacer política.

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Esta instrumentalización de la justicia y la política para fines partidistas es una constante en esta nueva era de extremismo. En la misma Casa Blanca, Trump ha iniciado investigaciones prospectivas contra sus predecesores, como Joe Biden y Barack Obama, un claro intento de anular a sus rivales políticos, pero también ha puesto en marcha una acción inaudita consistente en desplegar la Guardia Nacional en ciudades gobernandas por los demócratas.

En realidad se trata de un esquema que tristemente hemos visto replicado en otras latitudes. Jair Bolsonaro, ex presidente de Brasil y amigo de Trump, fue condenado por intentar un golpe de Estado tras su derrota electoral. En El Salvador, Nayib Bukele ha modificado la Constitución a su antojo para perpetuarse en el poder, sometiendo a las instituciones a su voluntad,y cuenta también con el afecto del norteamericano. Y en el caso más paradigmático, el de Nicolás Maduro en Venezuela, la democracia se ha convertido en una farsa, donde las elecciones se celebran solo para confirmar un resultado predeterminado... este no es amigo de Trump, pero vale como ejemplo que esa ola autoritaria no se circunscribe a lo que se califica de derecha...

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No se trata de casos aislados, sino de un patrón. La violencia, la manipulación de la justicia y el desprecio por las reglas del juego democrático se han convertido en la nueva normalidad en muchos rincones del planeta.

Si no menciono a China, Corea del Norte, o Rusia... o a los emiratos árabes entre otros, es sencillamente porque ellos no presumen de ser democracias.

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En España, aunque el contexto es distinto, tampoco somos ajenos a esta preocupante deriva. La división de poderes —legislativo, ejecutivo y judicial— es el pilar de la democracia moderna, un sistema de contrapesos que impide que ninguno de ellos adquiera un poder absoluto. Sin embargo, en el debate político actual, se están planteando ideas que, de materializarse, harían saltar por los aires este equilibrio.

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Escuchamos a ciertas formaciones políticas, desde el Congreso de los Diputados, argumentar que el poder legislativo, por el mero hecho de ser fruto directo del voto popular, está por encima del resto de poderes e incluso de la propia Constitución Española. Es un argumento que, bajo la apariencia de un falso "democratismo", propone en realidad un peligroso atajo. Sostener que el poder legislativo puede aprobar leyes que vulneren la Constitución (como por ejemplo pasó con el procès en Cataluña, o cuando se saltan el reglamento de la Cámara en el punto de las lenguas de uso en ella, o con la amnistía...) va en contra de esa separación de poderes: si no gusta una ley han de seguirse los trámites legales para su modificación, sin atajos.

Si una mayoría parlamentaria, por muy legítima que sea su victoria en las urnas, puede cambiar las reglas del juego a su conveniencia y saltarse la ley sin seguir los cauces constitucionales, la democracia se desvanece. Y es que recuerdo perfectamente en una sesiíon del Parlamento de Andalucía, cuando se discutía la modificación de la Ley Electoral, como una parlamentaria de Izquierda Unida, so pretexto de que la "mayoría social" andaluza "es de izquierdas" se debía propiciar que la nueva ley garantizara esa situación... dicho de otro modo, que le parecía estupendo hacer una ley para que siempre ganaran los mismos... siempre y cuando "los mismos" fueran ellos.

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Esto, aunque no se manifieste de forma violenta, es en su esencia un golpe al corazón de la democracia. No es un golpe de Estado militar, pero sí un intento de subvertir las bases sobre las que se asienta el pacto social. Desde Almería, donde tanto valoramos la estabilidad y el sentido común, observamos con preocupación cómo el debate público se radicaliza. La búsqueda de la confrontación, la deslegitimación del adversario y la polarización extrema parecen ser el camino elegido por algunos. La moderación y el diálogo, elementos clave para una convivencia sana, han sido reemplazados por una batalla ideológica donde el adversario es un enemigo a abatir.

La política que nos interesa es la que nos resuelve los problemas reales, la que trae agua a nuestros campos y la que nos permite vivir con tranquilidad. Por eso, al ver que la política se aleja cada vez más de la sensatez y se acerca a los extremos, es inevitable sentir una honda preocupación. No estamos ante una crisis de ideologías, sino ante una crisis de convivencia, una crisis de respeto a las reglas del juego. Y si no somos capaces de reaccionar, esa deriva antidemocrática que hoy nos parece lejana, podría terminar echando raíces en nuestra propia tierra