Opinión

La paradoja Kirk

Rafael M. Martos | Martes 16 de septiembre de 2025

Las muertes, por lo general, que son una tragedia, y más si son violentas. Otras, además, son una paradoja. Y pocas tan crueles, tan milimétricamente irónicas, como la que ha segado la vida de Charlie Kirk esta semana en el campus de la Utah Valley University. Kirk, para quien no lo conozca -es decir, la inmensa mayoría de los españoles, entre ellos muchos de los que ahora le glorifican-, no era un cualquiera; era uno de los grandes altavoces de la nueva derecha estadounidense, un activista que se había hecho un nombre retando a universitarios a debatir con él al grito de "demuéstrame que estoy equivocado" (slogan absurdo, pues resultaba evidente que nunca aceptaba estar equivocado... es de los que nacieron "sabidos"). El miércoles, alguien se lo demostró de la peor manera posible.

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La paradoja no es que un líder de opinión muera. La paradoja de Charlie Kirk es que ha sido asesinado por la espalda por sus propias contradicciones. Su muerte es la culminación sangrienta de su propio argumentario.

Kirk era un defensor a ultranza de la Segunda Enmienda. No la defendía con matices, sino con un absolutismo escalofriante. Célebre se hizo su frase de 2023, cuando afirmó que "merece la pena tener un coste de, desafortunadamente, algunas muertes por armas de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda". El miércoles, Charlie Kirk se convirtió en parte de ese coste que consideraba aceptable.

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La escena final de su vida fue un guion macabro, casi literario. Justo en el instante en que la bala le alcanzó, Kirk hablaba, precisamente, de armas. Testigos presenciales han confirmado que, en respuesta a una pregunta sobre la violencia, acababa de pronunciar una de sus sentencias más controvertidas, asegurando que últimamente había, y cito sus palabras textuales, "demasiados tiroteos" provocados por "personas transexuales" (obviamente sin aportar un solo dato que corroborara el hecho ni la relación). Mientras su dedo acusador señalaba a un colectivo minoritario como la raíz del problema, la amenaza real, un joven armado hasta los dientes, se alzaba a sus espaldas.

Y aquí es donde la paradoja se retuerce hasta lo indecible al observar el perfil del detenido. El presunto asesino, Tyler Robinson, de 22 años, no encaja en ninguno de los perfiles que Kirk demonizaba. No es un inmigrante sino un nativo, no es musulmán sino cristiano mormón y, desde luego, no es una persona trans. Es un joven blanco, criado en el seno de una familia republicana y religiosa. Es, en apariencia, el modelo de ciudadano cuya libertad para portar armas defendía Kirk.

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Pero hay más. Analistas y medios estadounidenses ya apuntan a que Robinson podría ser un "groyper", un seguidor de Nick Fuentes. Para entendernos, los groypers son un movimiento de extrema derecha, nativista y ultranacionalista blanco, que ha surgido en el ecosistema digital. Se caracterizan por su confrontación directa con el conservadurismo mainstream que representaba el propio Charlie Kirk, a quien consideraban un "falso conservador" demasiado moderado y servil a los intereses del partido. Así, Kirk no habría muerto a manos de la "izquierda radical" que tanto denunciaba, sino devorado por el monstruo aún más extremista que él mismo ayudó a alimentar. La criatura devorando a su creador por no ser lo suficientemente puro.

El último giro de esta tragedia shakesperiana lo aporta la figura paterna. El padre del presunto asesino, Matt Robinson, no es un ciudadano cualquiera. Es un excomisario de policía del condado de Utah. Un hombre que ha dedicado su vida a la ley y el orden, pilar de una familia estructurada, quien tuvo que enfrentarse a la pesadilla de reconocer a su propio hijo en las imágenes del FBI y colaborar en su entrega. La pistola que presuntamente mató a Kirk, comprada legalmente, salió de un hogar donde la autoridad y el ideario republicano eran el pan de cada día.

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La muerte de Charlie Kirk es un espejo oscuro para el Estado americano, pero también una advertencia universal. Nos enseña que las ideas tienen consecuencias y que el fanatismo, cuando se arma, es incontrolable. Al final, la bala que silenció a Kirk no provino de los enemigos que él fabricaba en sus discursos, sino del corazón mismo de la América profunda y airada que él decía defender.

¿Y cuál es el elemento más redundante de esta paradoja? Pues que a pesar de ellas, las acusaciones contra la "izquierda" en su conjunto se mantienen como base del argumentario de Trump, como también llama la atención que la viuda, tan cristiana ella, abogue por la venganza en vez de hablar de perdón, use un lenguaje de guerra, en vez de pedir paz y que su esposo sea la última víctima de la polarización política.

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La tragedia de Kirk demuestra que cuando se riega la semilla del extremismo, nunca se sabe qué frutos terminará dando, ni a quién acabarán envenenando. A veces, y esta es la paradoja final, la cosecha se vuelve contra el propio agricultor.