Opinión

Entre predicar o dar trigo

Jorge Molina | Miércoles 17 de septiembre de 2025

España reparte subsidios y aumenta el gasto público, mientras otros modernizan su industria

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El viejo marino, apenas servido el café, empieza:

—Cuando Sánchez accedió a La Moncloa, lo que en principio parecía una tragedia, el Covid 19, lo convirtió en su oportunidad y tabla de salvación para poner en marcha una política manirrota que le ha permitido expandir el gasto, regar de ayudas al país, pero en dirección contraria al objetivo de esas ayudas comunitarias.

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Ante una situación excepcional, la UE articuló los Next Generation —unos a fondo perdido y otros en calidad de préstamo— cuyo destino era para inversiones que impulsar la recuperación económica y la transformación de los sectores productivos de los países miembros.

Lo que hemos visto es que, ni hemos consolidado una política industrial, ni estamos utilizando las ayudas europeas para los objetivos previstos. El gobierno de Sánchez vive de discursos, radicalización, muros y venta de humo; mientras otros países que hace treinta años eran menos favorecidos, hoy ya nos pisan los talones.

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La joven profesora, con gesto adusto, replica:

—Quizá uno de esos ejemplos sea Polonia que no partía precisamente de una situación fácil tras el hundimiento de la URSS, pero sin embargo han tejido un modelo de crecimiento industrial y social.

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España recibió una cantidad histórica de los fondos Next Generation comunitarios, con la promesa de impulsar la digitalización, la transición energética y la modernización industrial y aunque el discurso oficial insiste en que son el motor de una transformación sin precedentes, basta rascar un poco para ver que buena parte se ha destinado a gasto corriente, programas de dudosa eficacia, a engordar el aparato administrativo y para empresas públicas, pero los fondos no han llegado para quienes estaba previsto.

Se presume del incremento de ayudas sociales, pero ese dato lo que refleja es un retroceso, por la mayor dependencia del Estado, mientras el Gobierno exhibe estas subida del gasto público como un mérito, pero es la constatación de un empobrecimiento con unos servicios públicos cada día más deficiencias.

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El PIB industrial español apenas alcanza el 15 % del total y en retroceso, lejos de aquel 20/20 el —20 % en el 2020— que marcaba la UE como referencia para sostener economías avanzadas. Sin una base industrial sólida, las clases medias se debilitan, el poder adquisitivo se erosiona y la movilidad social se estanca.

El marino añade:

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—Como señalas es interesante mirar a Polonia que, en 1990, su variación del IPC estaba, según fuentes, entre el 249,3 y 585,8 %, con un país endeudado, un tejido productivo obsoleto y una gran emigración —entre ellos a España—, pero el llamado Plan Balcerowicz propuso una reducción drástica del déficit público, liberalización de precios, privatización de empresas estatales y garantía a la propiedad privada. Una medicina amarga, pero efectiva.

Desde entonces, el país ha crecido a una media del 4 % anual. Apenas notó la crisis de 2008, superó con rapidez la pandemia y poco a poco sus emigrantes han ido retornando. Esto nos debería recordar algo a los españoles en épocas no tan lejanas.

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Hoy, Polonia acerca su poder adquisitivo —lo que parecía inalcanzable hace veinte años—, mientras España está estancada desde 2007. Lo notable es que no estamos ante un «milagro», sino a la labor constante de tres décadas de crecimiento estable, que han cambiado su posición en Europa.

Entre las claves está la diversificación, la búsqueda de sectores de crecimiento con alto valor añadido y formar un entramado exportador que representa más del 60 % del PIB, con Alemania como principal cliente. Una estrategia que les ha traído inversión extranjera, en principio apoyado con ayudas de la UE.

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Polonia fue en 2023 el decimocuarto país del mundo en la recepción de capital extranjero. Al mismo tiempo, ha impulsado zonas económicas especiales con ventajas fiscales, logrando que multinacionales y empresas locales generen empleo estable.

El resultado social es visible, emigrantes retornados, el nivel de vida crece, la clase media se consolida y la brecha con la UE se acorta.

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Este es el resultado de una política sólida, buen uso de los fondos comunitarios, orientados para ganar competitividad, modernizar su economía, industria e infraestructuras. Mientras en España se destinan al gasto y subvenciones.

Resultado, allí crecen fábricas, aquí aumenta la burocracia.

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La joven profesora sonríe y comenta:

—No es un camino exento de sombras. Tenemos los problemas políticos internos, las tensiones con la UE sobre el Estado de Derecho —no menores a los que están surgiendo en nuestro país—, o el riesgo a la excesiva dependencia de Alemania.

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Aunque el saldo es claro. Polonia ha transformado su base productiva, mientras España sigue fiando su futuro al turismo, a los servicios de bajo valor añadido y a la retórica gubernamental populista.

No hay milagros, sino políticas a largo plazo, reformas duras, constancia en la inversión industrial y disciplina en el uso de las ayudas. Los resultados se han cosechado con paciencia, no con discursos redentores.

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Mientras en España, hemos convertido la política en un mercadeo infame, con incremento desorbitado de la deuda, plagado de subvenciones y concesiones a los enemigos que sostienen a Sánchez en La Moncloa.

El viejo marino cerró con sorna:

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—En definitiva, no somos dueños de nuestros silencios, sino de nuestros relatos y esclavos, no de nuestras palabras, sino de nuestras políticas. Mejor sería navegar con rumbo claro que dejarse llevar por olas de las palabras.

Se ríen y salen a disfrutar de la playa, pensando dejar atrás la cruda realidad.