Opinión

Genocidio, la palabra que fractura España

Isaac M. Hernández Álvarez | Domingo 21 de septiembre de 2025

Decían que las palabras se las lleva el viento. Pero en política no es así. No solo cuentan los hechos: también los mensajes. Lo que se dice —y lo que se evita decir— moldea percepciones en las audiencias, encuadra los debates más fervientes y condiciona decisiones en cualquier estrategia política, desde la izquierda más extrema hasta la derecha más radical. En las últimas semanas, España ha entrado de lleno y en barrena en una controversia semántica con repercusiones políticas y diplomáticas, en un entramado de desinformación política difícil de aclarar ¿deben los partidos y líderes llamar “genocidio” a la ofensiva israelí en Gaza? ¿Por qué ahora?

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Si matas a un hombre, eres un asesino; si matas a un millón, un conquistador.”

Gengis Kan

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Y es que la elección no es menor. Quienes emplean el término elevan la denuncia al máximo nivel moral y reclaman sanciones o expulsiones en foros y encuentros internacionales. Quienes lo esquivan apelan a la cautela jurídica, a la prudencia diplomática o a la necesidad de esperar resoluciones formales. La palabra, lejos de ser una herramienta retórica, se convierte en la comunicación política en un arma de primer orden, un manifiesto incómodo con impacto directo en la disputa de votos.

“Genocidio” es un concepto de doble filo. Jurídicamente tiene una definición estricta en el derecho internacional; moralmente, es una etiqueta de enorme carga simbólica. Adoptarla desplaza el debate desde lo táctico hacia lo absoluto, cuando se usa no hay término medio. Ya no se discuten cifras, sino si Israel merece el mayor estigma posible en la escena internacional, para que el resto de los países actúen con mayor contundencia frente a él, menos EE. UU. Los norteamericanos tienen intereses en forma de recursos energéticos, de tecnología o de armamento entre otros.

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Mientras, en España, la discusión ha desbordado al Parlamento, a la gran mayoría de instituciones públicas y a los medios de comunicación. PSOE y Sumar han defendido la necesidad, según ellos, de “llamar a las cosas por su nombre”. En cambio, el Partido Popular y Vox rechazan el término, o lo mencionan con la boca pequeña, acusando a la izquierda de banalizar un concepto de extrema gravedad. En el centro del tablero, la ciudadanía, sin comerlo ni beberlo, observa cómo una sola palabra divide bloques, polariza a la opinión pública y desplaza la agenda desde la economía, la vivienda o el desempleo hacia la política exterior.

Así vemos como en comunicación política, la elección de un término puede alterar la agenda pública. Hoy, incluso el neuromarketing político demuestra cómo una palabra activa regiones cerebrales distintas en la ciudadanía dependiendo de su ideología política.

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Lo vimos recientemente en los altercados durante toda la vuelta ciclista a España, debates sobre la participación española en Eurovisión u otros foros internacionales que habrá que ver cómo se van a afrontar. Veremos.

Ya no basta con qué palabra se dice: importa quién la pronuncia y más importante aún, cómo la pronuncia. Una misma palabra, dicha con convicción o con duda, puede cambiar el rumbo de un discurso y, con él, la percepción social. En marketing político y comunicación no se trabaja con verdades absolutas, sino con percepciones. Y eso lo cambia todo.

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La lección es clara: en la política del presente, pronunciar una sola puede equivaler a gobernar. Lo hemos visto en las “fachosferas”, en las llamadas a “cavar fosas”, en los gustos por la fruta, las vacaciones “sobrevaloradas”, en el “fango” o en los “patrioterismos rancios”.

Quien controla el lenguaje controla los marcos mentales desde los que la sociedad interpreta la realidad. “Genocidio” es un ejemplo extremo, pero no el único. Cada palabra pronunciada —o silenciada— tiene consecuencias mucho más allá del instante o del titular que genera. Y en estas estamos, es lo que hay. Por eso la pregunta que queda en el aire es inevitable ¿quieren nuestros líderes construir puentes con sus palabras o prefieren levantar trincheras desde las que reforzar a los ya convencidos?

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Después de todo, aún hay quien repite que las palabras se las lleva el viento… cuando en realidad son ellas las que deciden hacia dónde sopla.