Opinión

Midiendo el miedo

Rafael M. Martos | Martes 30 de septiembre de 2025

Desde las playas de Mónsul hasta las cumbres de los Vélez, el cielo de Almería se extiende como una promesa de tranquilidad. Un azul limpio, surcado por vuelos comerciales y, con suerte, por el rápido destello de algún avión de la Legión o los helicópteros de Salvamento Marítimo. Es una paz que damos por sentada. Pero a 4.000 kilómetros de aquí, en la franja oriental de Europa, el cielo es hoy un tablero de ajedrez geopolítico donde un zumbido, a menudo imperceptible, está midiendo el pulso de nuestro continente. Y quien mueve las piezas desde el Kremlin, Vladímir Putin, parece haber encontrado en los drones baratos su peón más provocador.

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No se trata ya de incidentes aislados ni de errores de navegación. La reciente y constante violación del espacio aéreo de Polonia, Rumanía o Estonia, todos ellos miembros de la Unión Europea y de la OTAN, responde a una estrategia deliberada, casi insultante en su simpleza. Es una calibración del miedo. Un examen sorpresa para el que la Alianza Atlántica, con todo su poderío militar, parece no encontrar la respuesta adecuada.

Los hechos son tozudos. Este mismo mes, la OTAN ha tenido que convocar consultas al más alto nivel tras incursiones repetidas. El propio Secretario General, el noruego Jens Stoltenberg, ha calificado la conducta rusa de "irresponsable" y "escalatoria". Se ha activado una nueva operación de vigilancia, bautizada ‘Centinela Oriental’. Palabras contundentes, sin duda. Pero la pregunta que flota sobre Varsovia, Bucarest y Bruselas es la que se hace Putin con una media sonrisa: "¿Y qué más?".

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El razonamiento del presidente ruso es de una lógica aplastante y perversa, y se despliega en dos actos.

El primero es una prueba de capacidad militar y, sobre todo, de voluntad política. El mensaje es claro: si las defensas aéreas más sofisticadas del planeta, las de la OTAN, titubean o se muestran ineficaces a la hora de derribar un dron de fabricación iraní —cuyo coste es irrisorio comparado con el de un caza F-35 o un misil Patriot—, ¿qué confianza pueden proyectar ante la amenaza de un avión de combate tripulado o un misil de crucero? El primer ministro polaco, Donald Tusk, harto de la situación, ya ha afirmado que su país derribará "sin discusión" cualquier objeto que viole su cielo. Pero esta contundencia no parece ser unánime en la Alianza, y esa fisura, esa duda sobre las reglas de enfrentamiento, es precisamente la que Putin explota. No prueba nuestra tecnología, prueba nuestro carácter.

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El segundo acto de esta estrategia tiene como escenario principal a Ucrania. Putin nos está diciendo, sin necesidad de verbalizarlo, que si la Unión Europea y la OTAN no son capaces de defender la soberanía de su propio territorio ante una agresión tan nimia como un dron, ¿cómo van a convencer a nadie de que están dispuestas a un sacrificio mayor por un Estado, Ucrania, que ni siquiera pertenece a sus clubes? Cada dron que se adentra impunemente unos segundos o minutos en espacio aéreo aliado es un argumento que refuerza la narrativa del Kremlin de que el apoyo occidental a Kiev es frágil y tiene fecha de caducidad.

Desde nuestra perspectiva almeriense, este conflicto puede parecer lejano, una abstracción de telediario. Pero sería un error caer en esa complacencia. La seguridad de Europa es un ecosistema interconectado. Un flanco oriental débil e intimidado convierte a todo el proyecto europeo en una estructura más vulnerable. Afecta a nuestra economía, a nuestra seguridad y al orden internacional del que depende nuestra prosperidad.

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El Estado español, a través de la Ministra de Defensa, Margarita Robles, reitera con acierto el compromiso "serio y fiable" de nuestras Fuerzas Armadas con la defensa de ese flanco Este, donde militares españoles cumplen una labor esencial y reconocida. Pero la solidez de la OTAN no reside solo en el número de tropas o aviones, sino en la credibilidad de su disuasión. Y esa credibilidad se está viendo erosionada, zumbido a zumbido.

Vladímir Putin no está jugando a la guerra; está jugando a medir el miedo. Y sus examinadores no tripulados están enviando a Moscú unos resultados que deberían helarnos la sangre mucho más que el viento de la Sierra de Gádor en invierno. La pregunta ya no es qué hará él mañana, sino qué haremos nosotros hoy. Porque cada segundo que un dron ruso pasa sobre territorio de la Alianza sin una respuesta inequívoca, la paz que disfrutamos bajo el cielo de Almería se vuelve, aunque no lo parezca, un poco más precaria.