Opinión

Bárbaros en Cabo de Gata

Rafael M. Martos | Viernes 03 de octubre de 2025

El verano se repliega y, como la marea, deja al descubierto lo que el oleaje de la masa ha abandonado en la orilla. La Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul de la Junta de Andalucía, ha hecho balance del control de acceso a las playas de poniente de San José. Y el retrato que nos devuelve el espejo es, sencillamente, desolador. El parte de daños de nuestra propia barbarie.

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Cien días. Ese ha sido el periodo en el que se ha regulado el paso de vehículos a motor a joyas de nuestra provincia como Mónsul, Barronal y Genoveses. En ese tiempo, la friolera de 49.934 vehículos han desfilado por las pistas del Parque Natural. Casi cincuenta mil coches, furgonetas y motos para disfrutar de un entorno que presumimos único. El problema, como siempre, no es la foto de ida, sino la basura que se deja en la de vuelta. Al retirar los contenedores, el personal del parque ha recogido 22.400 kilos de residuos. Repitan conmigo: veintidós mil cuatrocientos kilos.

¿En qué cabeza cabe cargar con la nevera llena, la tortilla y las bebidas frías, y ser absolutamente incapaz de meter en una bolsa los envases vacíos y los restos para depositarlos en el contenedor adecuado, a la salida del paraíso? Es un misterio de la desidia humana, una ofensa directa a la inteligencia y al más mínimo sentido del civismo. Es la prueba fehaciente de que para muchos, Cabo de Gata no es un tesoro a conservar, sino un mero escenario de usar y tirar.

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Pero la montaña de basura es solo la punta del iceberg del desprecio. El balance se completa con un goteo incesante de 268 denuncias. Un catálogo de despropósitos que demuestra que lo de cumplir las normas es, para demasiados, una opción. La lista es para enmarcarla en el museo de la vergüenza: 121 denuncias por estacionar donde no se debe, demostrando que la comodidad del individuo está por encima de la protección de un ecosistema frágil. Le siguen 109 por pernoctar en vehículos habilitados como vivienda entre el ocaso y el orto, convirtiendo aparcamientos y calas en campings improvisados e ilegales.

La desfachatez no se detiene ahí. Se han registrado 17 denuncias por acampada, 7 por pescar en zonas de reserva o sin licencia, y 6 por circular campo a través, abriendo heridas en el paisaje con la brutalidad de un neumático. Y cuando uno piensa que ya lo ha visto todo, se topa con lo más sangrante: cinco empresas de turismo activo y buceo denunciadas por incumplir las condiciones. ¡Los mismos que venden la belleza del parque son los que le clavan el puñal por la espalda! Y, para culminar, tres denuncias por daños al patrimonio geológico en la duna fósil de Los Escullos, un atentado directo contra el ADN de nuestra tierra, un libro de historia natural arrancado a pedazos por puro egoísmo.

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Lo más increíble es que todavía hay voces que se alzan contra estas regulaciones. Argumentan, con una simpleza pasmosa, que "el parque está para disfrutarlo". Por supuesto que sí. Está para disfrutarlo, para sentirlo, para vivirlo. Pero no para destrozarlo. La pregunta que debemos hacernos es simple y directa: si dejamos que los bárbaros campen a sus anchas, ¿qué nos quedará para disfrutar y, sí, para poner en valor turístico? ¿Un secarral lleno de plásticos, con las dunas rotas y los fondos marinos esquilmados?

Este informe oficial abarca solo cien días de verano y un área muy concreta. Quienes conocemos y amamos cada rincón de Cabo de Gata sabemos que esto es solo una muestra. Sabemos que en cuanto la vigilancia se relaja, las autocaravanas vuelven a adueñarse de las calas, las fogatas se encienden en la arena y los furtivos regresan al mar.

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Y eso nos lleva a la pregunta final, la que resuena con un eco inquietante en el silencio del otoño: ¿Y el resto del año? ¿Quién vigila, quién denuncia y quién recoge la basura durante los otros 265 días? ¿O es que la barbarie, fuera de temporada alta, simplemente se convierte en paisaje?