"¡Campesinos, no emigreis, combatid!"
Blas Infante
Desde la Almería costera, mirando al sur a través del mar de Alborán, la realidad que se vive en nuestro país vecino, Marruecos, nos llega con la fuerza de un seísmo social. No hablamos solo de cifras, hablamos de un clamor de una generación, la Generación Z marroquí, que se ha alzado en protestas sin precedentes, exigiendo un futuro que sus propios dirigentes les niegan.
El relato que durante años ha imperado sobre el Magreb, que veía en los jóvenes marroquíes a la eterna "carne de emigración", se está resquebrajando. Estos chicos y chicas, muchos de ellos altamente formados y cualificados, están demostrando un valor inusitado al plantarle cara a un régimen que, aunque se reviste de monarquía constitucional, se comporta en la práctica como una sátrapa anclada en el tiempo. Reclaman algo fundamental: poder prosperar en su propia tierra, Marruecos.
El descontento actual tiene raíces profundas que se remontan a la entronización de Mohamed VI en 1999, tras el fallecimiento de su padre, Hassan II. El cambio de siglo vino cargado de una inmensa esperanza. Tras los años del "reinado de hierro" de su antecesor, la llegada del nuevo monarca, apodado incluso el "rey de los pobres", fue interpretada como el inicio de una verdadera modernización en todos los sentidos: político, social y económico. Millones de marroquíes creyeron en la promesa de un futuro de libertades y progreso.
Sin embargo, esas esperanzas se han visto cruelmente traicionadas. Con el paso de los años, se ha evidenciado que el Rey ha actuado de forma sistemática en beneficio propio y de su círculo, más que en el de su país. Las políticas aperturistas se han quedado en la superficie, mientras la verdadera concentración de poder y riqueza se consolidaba.
Hoy, el resultado de esa traición se ve en la calle. Los datos son elocuentes y revelan la magnitud del drama. Según el Banco Central de Marruecos, la tasa de desempleo juvenil (15-24 años) ha rozado el 47% en el segundo trimestre de 2025. ¡Casi la mitad de los jóvenes! Pero la protesta, coordinada a menudo a través de plataformas como Discord o TikTok bajo el nombre de "GenZ 212", va más allá del simple lamento por la falta de empleo. El detonante de las últimas movilizaciones masivas fue la trágica muerte de varias mujeres embarazadas en un hospital de Agadir, poniendo en evidencia las carencias de los servicios públicos.
El lema es demoledor y directo: “No queremos Mundial, queremos sanidad”. Este grito resume la indignación ante el contraste: mientras el Estado marroquí, bajo la dirección del monarca, invierte ingentes cantidades en infraestructuras faraónicas, como la puesta a punto de estadios para la Copa Africana de Naciones 2025 y el Mundial de Fútbol 2030 (que coorganizará con el Estado español y Portugal), la sanidad y la educación pública se desmoronan.
Resulta esencial recordar que, aunque la Constitución marroquí de 2011 se autoproclama como una "monarquía constitucional, democrática, parlamentaria y social", la realidad es la de una democracia intervenida. Los principales ministerios no son fruto exclusivo de la voluntad popular, sino de la designación del Rey. Las libertades que la Carta Magna parece recoger quedan, a la hora de la verdad, supeditadas al criterio del propio régimen.
Pero el mayor escollo es la obscena concentración de la riqueza. El Rey Mohamed VI es, según varias estimaciones, uno de los monarcas más ricos del mundo, con una fortuna personal calculada en miles de millones de euros. Esta inmensa riqueza no solo se deriva de herencias, sino de su posición como máximo accionista del conglomerado que abarca desde la banca hasta las telecomunicaciones y la minería. A esto se suma la imagen de un monarca ausente, que pasa largos periodos de vacaciones fuera de Marruecos y que recurre a menudo a la atención sanitaria en el extranjero.
La riqueza de Marruecos, un país innegablemente rico en recursos y potencial, está concentrada en unas solas manos, las de la familia real. Los jóvenes lo saben, se han hartado, y ahora lo gritan en la calle.
La valentía de la Generación Z marroquí es indiscutible. Están persiguiendo, en esencia, su propia Primavera Árabe, una aspiración de libertad, dignidad y justicia social. El problema, y aquí reside la tragedia potencial, es que corren el riesgo de correr la misma suerte que la primera oleada: una represión brutal. Las fuerzas de seguridad han respondido con dureza, registrándose ya cientos de detenidos y heridos, y tristemente, las primeras muertes confirmadas.
Para el Estado español, y por extensión para nuestra provincia de Almería y la Comunidad Autónoma de Andalucía, la estabilidad de Marruecos es crucial. Sin embargo, no podemos seguir tratando a Marruecos como un socio democrático cuando, a todas luces, no lo es. El verdadero interés a largo plazo de España no pasa por el mero apaciguamiento fronterizo, sino por que estas protestas culminen con éxito y con un avance real hacia la democratización.
Una democratización que debe llevar aparejada una democratización económica, donde la riqueza no se distribuya únicamente, sino que se creen las condiciones de libertad y oportunidad para que todos los marroquíes puedan generarla. Es la única manera de que esos jóvenes preparados dejen de verse obligados a cruzar el estrecho en busca de un futuro y puedan edificarlo en el país por el que ahora luchan, demostrando que la dignidad, la ambición y la esperanza, han dejado de ser productos de exportación.