Cuando llega el Día de las Bibliotecas tengo una sensación agridulce, pero este año más que nunca. Supongo que ese era el objetivo de los Amigos del Libro Infantil y Juvenil cuando propusieron el 24 de octubre para celebrar, en recuerdo de la destrucción de la
Biblioteca de Sarajevo en la Guerra de los Balcanes; la importancia de preservar espacios para conservar, difundir y generar cultura, conocimiento y encontrar caminos para la convivencia, el respeto y la paz.
De aquella guerra no aprendimos nada, en realidad de ninguna, y 33 años después asistimos a un nuevo genocidio, pero esta vez sumado al descrédito del Derecho Internacional y, lo más preocupante, a la alianza, compadreo y complicidad de los autócratas más poderosos del planeta que han decidido retransmitir en directo sus sucios negocios, restregándonos sus caprichos, amenazas, intenciones y poder en forma de sonrisas y acuerdos de alto el fuego, mientras intentan confundirnos, dominarnos, dividirnos y enfrentarnos con fake news a través de las redes y los medios de comunicación.
Por eso, este año, el lema elegido es Contra la desinformación para remarcar que las bibliotecas son esos reductos de libertad, resistencia y lucha, sin ruido de fondo, publicidad engañosa o algoritmos que nos distraigan, adoctrinen y nos alejen de su puerta.
Aunque adaptadas a las nuevas tecnologías, son las únicas capaces de resurgir con más fuerza ante los virus, los apagones, las crisis económicas o el capitalismo más feroz porque guardan en sus estanterías las pequeñas cápsulas de inteligencia humana a las que recurrimos, generación tras generación, para protegernos de nosotros mismos, ahuyentar el olvido, guiarnos, reconducirnos y reconfortarnos ante la incertidumbre y buscar el conocimiento, las preguntas y respuestas, los aciertos y errores, los miedos y esperanzas de todos aquellos que vivieron antes de nosotros.
Entiendo que alguien crea que deben ser destruidas, que a lo largo de los siglos se hayan convertido en objetivos prioritarios para borrar las raíces y la identidad de un pueblo, de una comunidad. Por eso tenemos que defenderlas, salvaguardarlas de la sinrazón humana, y la única manera de hacerlo, es usándolas, participando en sus actividades, permitiendo que las redes que han creado para sobrevivir permanezcan intactas.
Este año, para poner mi granito de arena en su defensa, lo celebraré, gracias a sus bibliotecarias, en Cijuela, en la vega granadina, donde contaré los cuentos del mar de Alborán, y por la tarde en Berja, en el bosque de la poesía, contando, a los pies de Sierra de Gádor, El árbol de las piruletas.
También ha querido el destino que coincida con el envío a la imprenta de El corazón del gigante, que confío poblará muy pronto las bibliotecas, y que vayamos a pasear (si no nos lo impiden) por un camino que no es un camino, pero que todo el mundo usa y llama camino, hasta la Torre de Cerrillos, un símbolo defensivo contra el robo, el secuestro y los asesinatos piratas, en una jornada participativa, comunitaria, lúdica, saludable y educativa de deporte, historia y naturaleza que, al fin y al cabo, son los mismos valores que transmite una biblioteca.
El colofón perfecto sería que algún niño se hiciese socio de una biblioteca para pedir prestado alguno de mis cuentos. Ya ven, mientras el mundo se desmorona, yo me conformo con estas tonterías, pero quiero pensar que la vida está en los pequeños detalles.