Opinión

Las palmeras

Palmeras cobran vida como figuras humanas en un paisaje surrealista, bajo un cielo tormentoso y relámpagos. (Foto: Imagen generada por inteligencia artificial – Cibeles AI).
Juan Torrijos Arribas | Viernes 21 de noviembre de 2025

Las palmeras se alzan desafiantes, pero un día llegan los vientos y se doblan, al siguiente se vuelven a doblar un poco más, pero, al final, el viento puede con ellas y las ves caer rotas, llevándose todo lo que arrastran a su alrededor.

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Los políticos llegan a la vida pública como esas palmeras a las que nadie va a doblar, ni siquiera, te dicen, los vientos de la corrupción. Se nos convierten en los grandes dioses del olimpo, con las buenas intenciones de dar sombra a los ciudadanos, de solucionar sus problemas, mejorar sus vidas, hacerlas más alegres, pero, al igual que las palmeras los vientos los van doblando, notas que se van vendiendo al mejor postor, a la vida fácil.

Estos dioses empiezan a sentir que el cortijo es suyo, que no tienen quien les haga sombra, se sienten palmeras a las que no doblan los duros vientos del desierto, levantan el pie del freno y se van dejando arrastrar por las voces de los amigos, de los medios, que los van atrapando en la tela de araña de la corrupción, la tiranía o la dictadura. Quitan al periodista que les estorba, compran al director o editor que haga falta con la publicidad que pagan los ciudadanos con sus impuestos. Corrompen a la justicia si es necesario y se deja, le buscan trabajo al familiar o compañero que les hace falta para tapar bocas. Reparten adjudicaciones públicas entre los empresarios, prebendas entre las ongs, los sindicatos y otras organizaciones sociales que les ríen las gracias.

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Se van convirtiendo en pequeños o grandes dioses, y se permiten el hacer y deshacer con las haciendas y la vida de los demás. Se sienten invencibles, dueños absolutos de todo lo que les rodea, vidas y haciendas. Llega un momento en que se permiten hasta jugar con la ley. Se creen tan superiores que piensan que la van a engañar, que son esas palmeras que llevan años soportando los vientos de poniente y de levante. Creen que lo tienen todo controlado y aseguran dormir tranquilos ellos, su familia, sus amigos y compañeros de partido.

Una mañana se encuentran que los vientos se han levantado, que se han convertido en huracán que amenaza con arrasar su vida, su hacienda y su prestigio. Se encuentra a alguien que sirva de coraza, que aleje el peligro de su entorno, que no le ha llegado todavía el final a las palmeras. Y pasan algunos años, y la vida parece volver a ser plácida, tranquila. La confianza renace, la sonrisa volvió a lucir en sus caras y con ella los dioses volvían a ser felices. Volvían a sentirse seguros, pero los vientos estaban ahí, socavando la vida de las palmeras, buscando su caída. Era martes, los vientos vinieron de otras provincias, vestían de verde, y con el permiso de la justicia, acababan con los altos dioses, y veíamos en esa mañana de otoñal tiempo cómo caían algunas de esas altas palmeras que solo decían buscar el bienestar de nuestro pueblo. Y muchos así lo creían, pero algunas palmeras tienen una efímera vida.