Pedro Sánchez ha vuelto a comparecer ante la ciudadanía para hacer balance, ese ejercicio de funambulismo político que en el Palacio de la Moncloa dominan con una destreza digna del mejor ilusionista. Tras meses de titulares judiciales que harían dimitir a un primer ministro en cualquier democracia al norte de los Pirineos, todos esperábamos una maniobra de distracción masiva. Quizás la colonización de Marte o una explicación convincente sobre por qué el Estado parece desmoronarse por las costuras de la corrupción. Pero no. La gran medida estrella, el conejo que el presidente ha sacado de la chistera para tapar el sonido de los cerrojos carcelarios, es una tarjeta única de transporte público. Un bonobús universal. Tiembla, inflación; tiembla, Código Penal. Tenemos billete gratis. Ese es el gran titular que ha querido dejar el presidente en su comparecencia. Ahí es nada.
Resulta enternecedor, casi poético, que la solución a una crisis institucional de caballo sea invitarnos a subir al autobús. Especialmente para un almeriense, que sabe que en esta provincia el transporte público es esa criatura mitológica que aparece con la frecuencia del cometa Halley. Pero la ironía no reside en la precariedad de nuestras infraestructuras, sino en la montaña de escombros que Sánchez pretende esconder bajo la alfombra de este abono transporte.
Hablemos de ese coche, el ya legendario Peugeot 407 con el que Sánchez recorrió España para reconquistar el PSOE. De aquel "equipo de la resistencia", hoy solo queda el conductor al volante, y mira por el retrovisor con pánico. La realidad judicial es demoledora: José Luis Ábalos, el hombre que lo fue todo, el exministro de Transportes y exsecretario de Organización, duerme hoy en una celda en prisión preventiva a la espera de juicio. Su sombra, Koldo García, el que custodiaba los avales, le hace compañía en la misma situación procesal, también en prisión preventiva. Y el tercero en discordia, Santos Cerdán, actual secretario de Organización, acaba de salir de la cárcel en situación de libertad provisional tras su paso por preventiva.
Tres de los cuatro pasajeros del "coche de la victoria" han cambiado el cuero de la tapicería por el frío del banquillo y la cárcel. Y mientras su guardia pretoriana cae, la corrupción doméstica asedia el palacio. Begoña Gómez, la esposa del presidente, se encuentra en situación crítica ante los tribunales, y su hermano, David Sánchez, aguarda ser juzgado. La foto de familia no es para enmarcarla, es para presentarla como prueba pericial.
Pero a Sánchez, inasequible al desaliento y a la vergüenza ajena, le da igual. Le trae sin cuidado que el caso Plus Ultra, ese rescate millonario a una aerolínea chavista sin aviones, siga escupiendo datos preocupantes en los juzgados. Le resbala que los casos de acoso sexual —presuntamente encubiertos por gente de su entorno más próximo— hayan estallado en la cara de un partido que se autoproclama la reserva moral del feminismo. Aquí no se anuncian medidas de regeneración, ni dimisiones, ni comisiones de investigación reales. Para qué, si según el presidente, el PSOE es el partido más transparente de la galaxia, aunque sus exdirigentes tengan que comunicarse con su abogado a través de un cristal.
Lo más fascinante es la soledad del líder. Su propio socio de Gobierno, Sumar, con una Yolanda Díaz que ve cómo el Titanic hace aguas, le dice que "así no se puede seguir", que hace falta un giro de 180 grados. Los socios de investidura, desde el PNV hasta Junts y Esquerra Republicana, le advierten que la legislatura está muerta. Todo el arco parlamentario le grita que el edificio está en llamas, pero el presidente insiste en regalar extintores de juguete.
En su anterior comparecencia, acorralado por el inicio del escándalo, al menos tuvo la decencia estética de prometer medidas anticorrupción que no ha puesto en práctica. Ahora, con Ábalos y Koldo en prisión, ni eso. Ni vivienda (peor que cuando M. Rajoy), ni solución al hambre infantil (fue una de sus gradilocuentes promesas), ni regeneración democrática. La respuesta a que su mano derecha y su mano izquierda estén entre rejas es una tarjeta de plástico para viajar en metro.
Quizás Sánchez piensa que el bonobús universal es una medida pensada para que los militantes socialistas puedan ir a visitar a sus antiguos líderes a la cárcel sin gastar gasolina. O tal vez cree que los ciudadanos del Estado español somos tan simples que olvidaremos la trama de las mascarillas y la descomposición del Gobierno a cambio de ahorrarnos unos euros en el billete del cercanías. El problema es que en Almería, por no tener, no tenemos ni cercanías. Así que nos quedaremos en tierra, viendo pasar el autobús de la propaganda, mientras el conductor sigue acelerando solo, completamente solo, hacia el precipicio.