Opinión

Pedro Sánchez, solo ante Europa y el resto del mundo

Antonio Felipe Rubio | Jueves 18 de diciembre de 2025

El fanatismo climático del Gobierno de España ha impelido a Pedro Sánchez a protagonizar el mayor ridículo de Occidente. España queda sola y como una singular autarquía energética al persistir en la apuesta única de la movilidad eléctrica frente a la decisión de la Unión Europea de mantener el mix térmicos/eléctricos.

Zapatero se recreaba en la onírica Pachamama: “La Tierra no es de nadie, salvo del viento”. Posteriormente, dijo retirarse a “contar nubes”, pero en esa pareidolia no veía figuras de algodón. Prefirió los oscuros nubarrones de otras latitudes atormentadas por el populismo y las narcodictaduras que, ahora, se traducen en la corrupción sistémica que Sánchez ha mimetizado de tan execrable predecesor.

Me permito reproducir una parte de mi libro El universo y el resto del mundo en el que -hace cinco años- avanzaba el escenario de las energías en España y la secta de la Emergencia Climática.


A pesar del creciente nivel de demanda de energía eléctrica, algunos países (España) optan por la eliminación de centrales atómicas. Al contrario, Francia anuncia la creación de 16 nuevos reactores. Estos planes estratégicos obedecen a criterios ideológicos de los gobernantes que, por otro lado, apuestan por las energías alternativas y la movilidad basada en vehículos eléctricos, auténticos devoradores de kilovatios para recargar sus baterías. Cualquier país que elimine las centrales nucleares, cierre las térmicas de ciclo combinado y no posea un buen plan hidrológico nacional nunca podrá ofrecer cantidades suficientes de energía eléctrica para la potencial demanda.

No cesan de presentarse nuevos procedimientos de recarga de baterías. Hay cables que pueden extraer de la red 350 000 vatios de potencia para cargas ultrarrápidas. Semejante potencia (350 kW) no hay electrodoméstico que la requiera puntualmente en un hogar normal. Activando a toda máquina el aire acondicionado, vitro, horno, microondas, calefactores, luminarias… nunca llegaríamos a esos picos de potencia.

Las halagüeñas perspectivas de vehículos no contaminantes hay que contemplarlas con bastante relativismo: no contaminan cuando circulan, pero existió contaminación para producir la energía que les posibilitó circular. La bondad ecológica aplicada a los vehículos eléctricos hay que contemplarla ampliando el foco a todo el proceso productivo que les concierne.

Las baterías son acumuladores de electricidad de naturaleza química y contienen agentes con altísimo efecto contaminante. Para la elaboración de acumuladores de alto rendimiento se precisan elementos (minerales) cuyos yacimientos más productivos frecuentemente radican en países atormentados por la inestabilidad, corrupción y pobreza. A estos países les aguarda una fuerte presión explotadora de recursos por parte de la sociedad más avanzada tecnológicamente y, consecuentemente, devoradora de megavatios. La opción de las energías renovables como oferta generalista obligaría a «echarnos a un lado» para dejar espacio a tantos aerogeneradores, paneles fotovoltaicos y generadores mareomotrices. Esta circunstancia plantea nuevos problemas de impacto medioambiental, impacto visual, ocupación de grandes superficies en lámina de agua y tierra firme, y la más que previsible oposición de sectores económicos: agricultura, pesca, actividades náuticas, turismo…

El día 1 de enero de 2022, la Comisión Europea de Energía, a instancias de Francia, Polonia y Alemania, sugirió la aceptación de la energía nuclear de fisión y el gas natural para la producción de energía eléctrica. Esta decisión, totalmente contraria a los tradicionales preceptos ecologistas antinucleares y de descarbonización, originó airadas disensiones en gobiernos apoyados por la izquierda radical. Pocos días más tarde, la propuesta de la Comisión reordenó la indexación de combustibles menos lesivos para el medio ambiente, incluyendo el material radioactivo y el gas natural en una nueva taxonomía (clasificación) verde. Esta no sería la primera vez que ciertos gobiernos, adornados con irreductibles programas progresistas, cambian su criterio en materia medioambiental. Así, la energía nuclear y el gas natural eran argumentos detestables para las políticas medioambientales y, en veinticuatro horas, pasan a ser energías «verdes».