Opinión

Día de Navidad

(Foto: Cibeles AI).
Juan Torrijos Arribas | Jueves 25 de diciembre de 2025

No es el 25 de diciembre día de leer prensa, lo comprendo. Por lo que no espero que sean muchos los lectores que se acerquen a estos renglones, escritos en medio del barullo que se vive en la casa con la preparación de la cena de anoche, pero aquí me tienen. Pendiente de las luces, me llama la dona, me cuenta que en el Belén el buey anda de huelga. No le gusta la paja que le hemos puesto esta noche para cenar, cuando al gato le han abierto unas latas carísimas de salmón y otras delicias. Los pastores andan de mitin, convocados por Andrés Góngora, de Coag, tras esa Europa que los quiere ver cada día más hundidos. En cuanto a la mula quiere apuntarse a la Mesa de Tejada, viene de las elecciones de Extremadura, cansada de los trenes y retrasos de Oscar Puente. Quiere probar el Ave. Pobreta. Uno de esos años. Está removido el Belén de este año, por lo que veo.

Y yo queriendo adelgazar como mi amigo Sebas, que lleva un siglo sin tomarse una copa de vino. Fue al médico, y ya se sabe lo que ocurre si caes en las manos de un galeno, o dejas de vivir o de beber. Y en esas anda el bueno de él. No es mi caso, aunque debería. Esta noche para mí (anoche para ustedes), descorcharé un buen blanco de la uva verdejo, y un reserva de La Mancha de don Quijote, que cada día los elaboran con mayor calidad.

Pero mientras llega la hora del discurso real (¿será verdad todo lo que recogen las redes sobres la vida y milagro de la real pareja? Un viejo conocido por estas tierras, Joaquín Abad, ¿se acuerdan de él?, anda el hombre investigando y escribiendo sobre la realeza, y si todo lo mencionado es verdad, el dúo de sangre azul se las trae en la cuestión de amores y amoríos), aquí me tienen ustedes intentando rellenar unos renglones que estoy seguro que mañana, hoy para ustedes, no van a leer.

Levantarse el día de Navidad, tras las copas en familia, el canto de los villancicos y sin que falte la presencia en la cena del cuñao, cuesta lo suyo. Le diré a mi señora esta noche, antes de acostarnos, que apague la alarma. Lo haré si me acuerdo, claro, que tras las copas y los canticos anda uno con cierta alegría en el cuerpo y se olvida de los más importante, y es que tiene la costumbre de que suene todos los días a la misma hora la alarma del móvil, yo me levanto, pero ella se queda en la cama un par de horas más.

¡Voy!

Me está llamando, que los niños ya han llegado, que vaya dejando el ordenador en paz y me ponga a cortar el jamón y preparar las bebidas. El tinto hay que abrirlo unas horas antes, dicen los entendidos, pues a ello me pondré en unos minutos. Está grande mi nieto. Es de los que cenan y se van a jugar con los amigos. Es la ventaja de vivir en un pueblo pequeño, en el que todavía se puede dejar que los jóvenes anden por las calles a cualquier hora del día o de la noche, lo que no pueden hacer en las grandes ciudades, en las que se ha perdido la seguridad, y ya saben por culpa de quien, que no quiero ni nombrar al Marlaska de turno. Les dejo. Les prometo que mañana, hoy para ustedes, no me pienso levantar temprano. Y si usted no lee estas cuatro líneas, lo entenderé, es Navidad, y anoche se acostó tarde y gozoso, y si lo hace, no me critique en exceso, piense que estoy escribiendo con la presión de mi señora, que necesita que suba a la cocina a echarle una mano en la cena de Nochebuena. Creo que no les he deseado Feliz Navidad. No me puedo ir sin hacerlo. Y gritarlo, y cantarlo, y desearlo a todos aquellos de buen corazón. Feliz Navidad, feliz Navidad, próspero año y mucha felicidad.

Pd. He sido capaz de escribir un artículo sin mencionar a Pedro Sánchez. No me lo puedo creer.