Opinión

Ni “in” ni “e”: Migrante

Juan Pablo Yakubiuk | Miércoles 23 de abril de 2014
Con motivo del Día Internacional del Migrante que se celebra hoy, 18 de diciembre, como migrante que soy, me gustaría dedicar este artículo a los millones de personas que como yo un día tuvimos que dejar nuestra tierra de origen.

Soy nieto de un campesino bielorruso que escapando de los horrores de una guerra allá por el 1914 llegó a una colonia de Eslavos que florecía, con duro trabajo, en el norte de la Argentina. Soy hijo además de una soriana, que partió a reunirse con su padre, mi abuelo materno, a esa misma tierra a la que había emigrado para montar un negocio y así garantizar un futuro a sus hijas, ya en Buenos Aires.

Soy migrante, que ya hace una década, emprendió el camino inverso que mis abuelos y mi madre, con las mismas esperanzas e ilusiones que ellos. Y con los mismos miedos. Y compartiendo, por fortuna, la misma valoración de la tierra de acogida: una alegría inmensa, más allá de las adversidades y del duro esfuerzo, por cómo nos recibía nuestro nuevo hogar.

Y quizás mis hijos, roqueteros de nacimiento, algún día deban emprender también el camino como ya lo han hecho los hijos de amigos y vecinos de nuestro pueblo. Nuestro pueblo, Roquetas y Almería toda, no olvidarlo, formada por una población migrante en todas las variables de esta palabra.

Vienen estas reflexiones a que quizás sea hora de ver a las migraciones como lo que han sido siempre en la historia de la humanidad: algo usual y sobre lo que es fútil oponer resistencia alguna. Tanto para los gobiernos y clases dominantes, que se empeñan en levantar vallas cada vez más mortales, como para los mismos migrantes, suavizando y relativizando, en todo lo posible, ese dolor y miedo al partir.

Soy ejemplo de una rama familiar en continua migración, con lo cual la clasificación de inmigrante o emigrante se confunde y está bien que sea así. Nuestra patria comienza a ser el mundo entero, como millones de sudamericanos, africanos, asiáticos que hoy se mueven, a costa muchas veces de su propia vida, por el globo buscando simplemente un trabajo.

En toda la polémica y campañas contra el migrante se esconde el rechazo al pobre, al trabajador, es decir, una lucha de clases. En un mundo donde el dinero ya circula y salta fronteras sin obstáculo alguno es normal que desde la clase trabajadora hagamos lo mismo. Y debería ser un derecho, con todas las garantías de seguridad, y no una dádiva que hay que mendigar.

En este día brindo porque entre toda la clase trabajadora nos reconozcamos como migrantes, pasados, presentes y muy probablemente futuros, para evitar así entrar en el juego que algunos abonan con la idiota xenofobia o desde el reparto de unos puestos de trabajo que ellos mismos, desde el capitalismo más feroz, se empeñan en destruir y pauperizar.