Anabel Lobo | Sábado 10 de mayo de 2014
María del Carmen García, la madre de la niña violada que roció con gasolina al agresor de su hija cuando éste volvió a amenazar entre líneas a su familia una vez que salió de la cárcel, no ha podido evitar el ingreso en prisión. De nada le ha servido alegar la enfermedad mental que supuestamente sufre desde que se produjo el ataque a su hija; de nada le han servido tampoco los múltiples recursos que han interpuesto diferentes organizaciones sociales para intentar liberarla. Mari Carmen ha dicho, según ingresaba en prisión, que por fin “se acababa su calvario”. Pagará por todo, y por fin pagará tranquila.
Todos estamos de acuerdo en que no podemos tomarnos la justicia por nuestra cuenta, y en que la vida humana debe ser respetada. Especialmente porque los que condenamos, como yo, la pena de muerte, consideramos que la muerte no se debe institucionalizar, pero sí defendemos que la política de reinserción que rige nuestros presidios sólo debería estar orientada a unos pocos, y no a prácticamente todos sin restricción, y que, por lo tanto, no debería existir una condena máxima que cumplir, sino que se deberían respetar los años de condena, así fueran 800 e hicieran que nuestras arcas fueran un poco más pobres a cambio de mantener a nuestro país libre de casos como éste. Las leyes se pueden y se deben cambiar cuando son evidentemente insuficientes para defender a las víctimas de cualquier agravio de semejante envergadura.
Aunque no aplaudo la actuación de esta madre, pero sí la comparto, les animo a pensar que la proporción entre crimen y castigo inspira el ordenamiento jurídico y las actuaciones de los pueblos desde tiempos remotos, aunque nuestro moderna normativa no la contemple siquiera como alternativa de derecho consuetudinario. En contra de lo que se piensa cuando hablamos de la popular Ley del Talion, esta normativa se aplicaba precisamente para que el castigo del delito no fuera desproporcionado y sólo afectara al agresor, y no a sus familias, en el caso de que éstas no hubieran sido agredidas también. “Ojo por ojo, y diente por diente”, rezaba el Éxodo del Antiguo Testamento, y el Código de Hammurabi en la Ley Mosaica. Los pueblos germanos llegaron todavía más allá con su venganza de sangre. Y sin embargo esta madre lo único que ha hecho es defender a su hija. ¿No debería considerarse al menos la posibilidad de ingresarla en un hospital psiquiátrico, y no llevarla directamente a prisión?.
Aquí en España todavía la ley permite que existan castigos ejemplares para las personas que defienden a su familia como es este caso, para que disuadan a otras familias víctimas de repetir el hecho acaecido. Lo indignante es que no veamos lo mismo para violadores, asesinos o terroristas, y esos señores, sí que suelen repetir. Así que, pensemos, ¿a quién debe amparar la ley?.