Decididamente el pueblo español es atípico y los españoles, especialmente singulares. Desde 1975 tenemos un Rey, y desde 1978 disponemos de una Constitución, votada masivamente por la mayoría de ciudadanos, que ha servido a España para disfrutar de la más larga etapa de prosperidad, armonía y convivencia de nuestra complicada Historia pasada, con dificultades pero que entre todos hemos ido solucionando.
Pues bien, llegado el momento del relevo en la Corona previsto en la Constitución, parece que todo haya de cuestionarse e incluso lo más elemental, que el relevo se produce simplemente por imperativo de la edad. Recientemente, hemos asistido en Europa a la abdicación del Rey o la Reina, en tres países de profundas raíces democráticas, Luxemburgo, Bélgica y Holanda, las dos últimas tan sólo hace unos cuantos meses, y en todos los casos se ha hecho con absoluta normalidad, celebrándolo incluso en las calles con gran participación popular, como una auténtica fiesta, atendiendo a las previsiones y los procedimientos contemplados en sus correspondientes Constituciones. Nadie ha cuestionado estos cambios, salvo grupos muy minoritarios realmente radicalizados antisistema. En España, no. España es diferente y atípica. Aquí se trata de encontrar explicaciones hasta del por qué se hace en estos momentos el relevo y por qué no ayer o pasado mañana, como si no fuese suficiente el reconocimiento público hecho por el propio Rey, en pleno uso de sus facultades mentales, e incluso físicas, de que había llegado el momento del relevo generacional y así lo hacía, entendiendo suficientemente preparado al Príncipe para la difícil tarea que se le viene encima. Una parte de lo que se denomina la calle, ocupada, tan poco excesivamente, por grupos más o menos mayoritarios, que no respetan ni la Constitución, ni las reglas de juego democrático e incluso, ni la ley, pretenden aprovechar la que ellos ven como oportunidad, para darle una vuelta a todo, cuestionando todo lo alcanzado y devaluando tantos años de paz y convivencia, con el argumento baladí de que muchos de esos ciudadanos, por su juventud, no se sienten vinculados por una Constitución que ellos no votaron y así reventar su contenido a través de la algarada y el ruido. Según este criterio ¿cada cuántos años hay que revisar la Constitución? Los países democráticos del mundo se caracterizan precisamente por su estabilidad constitucional, con leves retoques aprobados en los Parlamentos, pero no por la presión de la calle. En cualquiera de los casos, ante el nuevo Rey se abre un reto no sólo difícil sino apasionante. Son muchos los problemas a los que ha de enfrentarse España, pero, sin duda, el más grave es el territorial, en pleno desarrollo en Cataluña y, casi siguiéndole los pasos, el País Vasco. Deseemos a Don Juan Carlos, salud y larga vida, y a Don Felipe suerte en cometido tan complejo como el de reinar en un país tan complicado y diferente como el nuestro.