Opinión

El enemigo público número uno

Anabel Lobo | Jueves 04 de septiembre de 2014
Dialogaba ayer con una querida amiga mía que tiene dos niñas, de siete y once años. Ella es profesora, y me contaba, con todo el reparo del mundo, que sus hijas van a un colegio que está lindando con la zona donde tuvo lugar en Madrid el primer secuestro de una niña pequeña para después narcotizarla y abusar de ella. Dice también que pensaba que tras el verano, “el enemigo público número uno” estaría capturado, y que viendo que sus hijas vuelven al colegio dentro de unos días y que el abusador de niñas anda aún suelto, y que incluso se dice que puede haber dos, tiene el pánico metido en el cuerpo. La Policía afirma estar cerrando el círculo de sospechosos, pero aún se escuchan descripciones muy diferentes del que pudiera ser el culpable de los delitos contra la inocencia de estas criaturas.

Quizás por suerte la mayoría de los niños tienen “un ángel de la guarda”, que “ocasiones hay multitud para que un desconocido entre en un colegio y se lleve a un niño”, según decía convencida la profesora, que ha trabajado en varios colegios del país. Insistíamos los demás conversadores, con hijos, en que era muy complicado que en los colegios a los que habían asistido o asisten nuestros hijos sucediera algo así. Recordé incluso que, por casualidad, mi hija ha acudido hasta la edad de quince años a un colegio que tiene a escasos cien metros una central de policía que precisamente se llama “Santo Ángel de la Guarda”, y que a unos ochocientos metros está la Dirección General de la Policía, con lo cual ha sido siempre una zona más que vigilada. Pero esta profesora y mamá preocupada insistió en que la creyéramos, y al final nos hizo dudar. Es evidente que para todos los que somos padres, es más importante la integridad física y sicológica de nuestros hijos a cualquier otra cosa. Y nos pusimos a recordar casos. Y haberlos, los hay.Decenas de casos. Aunque con que hubiera sólo uno sería suficiente.

En no pocas ocasiones, los niños más pequeños y más movidos, que quieren irse del cole porque simplemente, son niños y no les apetece estar allí, son capaces de cruzar la verja que les separa del colegio y su ansiada libertad y pasear por plena calle. Es muy difícil controlarlos a todos. Y hasta en esto influye el nivel económico de las familias, porque no es lo mismo llevar a tu hijo pequeño a una guardería que cuesta ochocientos euros al mes y en la que hay una cuidadora por cada dos o tres niños, que a una guardería pública o privada más económica, en la que el ratio de niños por cuidadora cuando menos se triplica. En otras ocasiones, son las propias familias las que se despistan. Hoy mismo, y con la que está cayendo en Madrid, he estado preguntando, casualmente, junto a una tienda de chinos, de quien era el niño que apenas sabía hablar y se estaba asando de calor mientras sujetaba el volante de un coche mecánico de echar monedas situado a la entrada del local. Le he preguntado, “¿dónde estás tus papás?”. Y él me decía “pis”. Y yo, “¿quieres hacer pis?”, y me echaba la manita. Imaginen que esto le sucede con alguien que le quiere hacer daño. He entrado al local, el dueño me ha respondido que el niño no era suyo (el niño era occidental y él era asiático, claro, que hoy en día tampoco eso es demasiado significativo, supongo). Los abuelos han tardado en aparecer cinco minutos, cinco minutos decisivos, cinco minutos en los que el ángel de la guarda que mencionaba mi amiga debía estar por allí.

Recuerdo también a la desaparecida Madeleine McCann, esa niña rubia cuya foto ha circulado por todo el mundo, y que se quedó dormidita en la habitación mientras sus padres cenaban, para no volver jamás a aparecer. Esa niña que nos persigue a todos, y a la que de vez en cuando parece que han encontrado, para convertirse en una cortina de humo que se escapa entre las manos de sus progenitores. El padre de Maddie es hijo de un influyente miembro del parlamento británico, lo que sin duda le ayudó a realizar la campaña internacional de búsqueda de su hija en los medios de comunicación. Y más que probablemente a hacer desaparecer la sombra de la duda de una posible muerte de la niña como consecuencia de alguna imprudencia de los padres durante la fatídica noche de su desaparición.

En aquella desaparición, el carácter inglés traicionó al matrimonio Mc Cann, pues su actitud aparentemente fría ante la pérdida de su hija, especialmente la de la madre, y el hecho de haberla dejado sola en compañía de otros dos menores aún más pequeños que ella, y el haber encontrado sangre y fluidos en el cuarto de la niña, sembró la sombra de la duda en torno al asunto. Algunos concluyeron que podría tratarse de la muerte accidental de la pequeña y a su ocultación para que no se presentaran cargos contra los progenitores. La niña había sido sedada, y la sangre estaba ahí. Pero esa es harina de otro costal. Si son totalmente inocentes, no hay mayor castigo que la desaparición de su hija, y si son culpables de una muerte imprudente y no deseada, también son inocentes, pero esta vez con los labios sellados para no perjudicar más a su familia.

Como las muertes de niños a manos de sus padres que ha tenido que sufrir nuestro país últimamente. Como los bebés que aparecen en la basura. Como los niños que a veces seguimos viendo con sus “madres” rumanas. Como algunos que vemos tendidos en un banco al sol con harapos. Como las dudas sobre el asunto del Colegio Valdeluz, como tantas injusticias con niños anónimos que no conocemos y no conoceremos nunca.

Mientras Madrid se levanta cada mañana con miedo a llevar al colegio a sus hijos, el enemigo público número uno de los menores en ocasiones está en su propio entorno. Y a ése difícilmente le puede coger la Policía.