Rafael Sanmartín | Domingo 26 de abril de 2015
(Dedicado a quienes todavía hoy quieren para su tierra la sumisión a un estado colonizador)
En 1147, en plena lucha de los almohades contra los almorávides, Alfonso VII de Castilla aprovechó la confusión, invadió al Andalus y sitió Córdoba. Pese a la facilidad con que se produjo la invasión, no consiguió rendir la ciudad. Pero, en pleno cerco, una embajada de Génova y Pisa le ofreció conquistar Almería, menos defendible y con mayor dificultad para recibir refuerzos. Entusiasmado, Alfonso pidió ayuda a Aragón-Cataluña, dónde aceptaron la idea con alborozo.
Los castellanos atacaron por tierra, mientras barcos catalanes, genoveses y pisanos bloqueaban el puerto. Rendida la ciudad, se hicieron cargo de ella Castilla y Génova, mientras los demás recibían el pago por sus servicios. Cataluña se cobró en los cientos de telares que daban trabajo y riqueza en la ciudad, y en varios miles de mujeres esclavizadas para su manejo.
Los telares robados en Almería, y las mujeres secuestradas por Ramón Berenguer IV, permitieron comenzar la floreciente industria textil catalana, mientras los campos limítrofes se iban convirtiendo en desierto, sembrados de sal por los invasores castellanos y genoveses.
Tres años después, terminada la guerra civil, los almohades expulsaron a los invasores. Pero ni los montes desecados, ni los telares, ni las mujeres, pudieron recuperarse.