Rafael Sanmartín | Miércoles 12 de agosto de 2015
Amanecía, cuando el camión cargado de hombres atados, se detuvo al filo de la carretera. Los empleados de un surtidor situado antes de entrar en la doble curva, esperaban: era la misma operación de cada día. Cuando los del camión se marcharan, a buscar otro recodo dónde dejar otro cuerpo sin vida, se acercarían, como cada madrugada, por si aún pudieran hacer algo por salvarlo. Una "piara" de cabras descansaba, como el pastor que las guardaba, al lateral de un antiguo cortijo convertido ocasionalmente en convento. A su puerta, ante una cruz de hierro, los "voluntarios" y falangistas hicieron bajar a un hombre: el "separatista", le llamaron.
Con las manos atadas todavía, quisieron hacerlo huir; pero el hombre les ofreció su pecho: no estaba dispuesto a dejarse aplicar la "ley de fugas".
Aquel día, los empleados del surtidor no pudieron hacer nada. Blas Infante había muerto al grito de "Viva Andalucía Libre" Mataron al hombre, pero no pudieron acabar con él. No se puede acabar con las ideas.