Durante décadas, Adra ha sido una de esas joyas del Poniente almeriense que resume lo mejor del sur: mar, pesca, vecinos amables, verano de hamaca y espeto... y pulpo seco, claro. Una ciudad milenaria, con historia en cada piedra, en cada rincón que huele a sal y tradición. Un rincón en el mapa que siempre ha sabido mantener su esencia marinera y su calma, incluso cuando otros territorios ya se veían sacudidos por problemas de otra índole.
Pero eso está cambiando, y no precisamente para bien.
En las últimas semanas, Adra ha dejado de ser ese lugar tranquilo que muchos eligen para desconectar del mundo. Ha pasado de la postal al titular. Y no precisamente en la sección de turismo. Hoy, Adra ocupa portadas por tiroteos, por enfrentamientos entre clanes rivales, por casas quemadas y vehículos de la Guardia Civil calcinados. Se ha convertido, de forma progresiva pero contundente, en uno de los puntos calientes del tráfico de drogas en la provincia. Y, lo que es peor, en un campo de batalla entre quienes compiten por controlar el lucrativo negocio del petaqueo.
¿Que qué es eso del petaqueo? Pues el gasoil. El combustible que necesitan las narcolanchas para cruzar el Mediterráneo cargadas de droga. Sin ese apoyo logístico en tierra, esas operaciones no serían posibles. Y aunque hace un año se ejecutó una gran operación que desarticuló parte de esa red, el vacío que ha quedado es ahora la chispa que prende nuevos conflictos. Porque donde hay dinero fácil, hay codicia, y donde hay codicia, hay violencia.
Y no nos engañemos: Adra no está sola en esto.
El Ejido, Berja, Balerma, y más allá, hacia Levante —Níjar, Carboneras, Garrucha...— todos están sintiendo el mismo temblor. Porque por mucho que desde las instituciones se repita que “las narcolanchas ya no cruzan como antes” o que “el petateo está bajo control”, la realidad la cuentan las playas: siguen apareciendo bidones de combustible arrojados en la arena. Y no por arte de magia.
Lo que está ocurriendo en la costa almeriense no es un hecho aislado ni una anécdota local. Es una tendencia preocupante que debería encender todas las alarmas. Y no solo en los cuarteles de la Guardia Civil o en las comisarías, sino también en los despachos donde se toman decisiones políticas. Porque si no se reacciona ya con contundencia, estamos repitiendo errores del pasado. Errores que en otros lugares se pagaron muy caros.
No hace tanto, Almería ya estuvo al borde de convertirse en una suerte de pequeña Sicilia. Fue necesario actuar con firmeza para evitarlo. Hoy, ese riesgo vuelve a asomar por el retrovisor. Y no vale con seguir estirando el plan de seguridad del Campo de Gibraltar como si fuera un chicle que todo lo cubre. Porque cuando se estira demasiado un plan sin recursos ni estructura propia para territorios distintos, se rompe. Y lo que necesitamos ahora es precisamente lo contrario: planes concretos, realistas, con dotación suficiente y adaptados a nuestra costa. ¿Por qué no un plan específico para la franja Almería-Granada-Murcia?
También junto a los medios materiales y humanos, se necesita tiempo para investigar, porque de lo contrario se puede detener a un petaquero, pero una persona con bidones de combustible estará en la calle antes incluso de que el juez haya firmado. Hay que analizar las conexiones, las redes, las empresas, los movimientos de capital, los nombres... para armar una buena causa que los encierre muchos años. Pero el tiempo ya corre en nuestra contra, y mientras en Tik Tok y en otras redes sociales, unos y otros se lanzan amenazas, hacen exhibición de armamento. Y nada, nadie actúa.
Los vecinos de Adra, de El Ejido, de Níjar, de Garrucha… merecen seguridad, no excusas. No podemos resignarnos a que la vieja Abdera, que una vez fue bastión fenicio y romano, acabe siendo recordada como una plaza fuerte del narcotráfico del siglo XXI, y no aquel puerto del que partieron Boabdil y su familia, alejándose de la patria que les vio nacer, por la que tanto lucharon, traicionados por su propia corte.
Alguien tiene que poner pie en pared. Y tiene que ser ya.