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El maleducado Milei
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(Foto: DALL·E ai art)

El maleducado Milei

Por Rafael M. Martos
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miércoles 11 de junio de 2025, 06:00h

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Javier Milei ha vuelto a España. Y, lamentablemente, ha vuelto a lo mismo: insultar. Esta vez, el presidente argentino ha llamado "bandido" a Pedro Sánchez durante un foro económico en Madrid. Ya en su anterior visita, se refirió a Begoña Gómez —esposa del presidente del Gobierno— como "corrupta". Es decir, Milei no solo no rectifica, sino que dobla la apuesta, como si viniera a un combate de boxeo y no a representar a un país en el exterior.

Lo primero que habría que recordarle a Milei es algo bastante básico: es presidente de Argentina, no youtuber. Su cargo conlleva una responsabilidad institucional que exige un mínimo de respeto hacia otros líderes democráticamente elegidos. ¿Se puede criticar a Pedro Sánchez? Por supuesto (que me lo digan a mi :-)). ¿Con dureza? También. Esto es una democracia. Pero venir a casa ajena a soltar improperios y provocar incendios políticos no es libertad de expresión: es mala educación, es chabacanería, y, sobre todo, es una falta de respeto al país que le recibe.

Nos acordamos todos de aquel célebre "¿por qué no te callas?" que el rey Juan Carlos I le espetó a Hugo Chávez cuando el entonces presidente venezolano se dedicó a despotricar contra José María Aznar. Y lo más digno de aquella escena fue que quien salió en defensa de Aznar no fue un correligionario suyo, sino un adversario político: José Luis Rodríguez Zapatero. Porque hay líneas que no se deben cruzar, porque un presidente no solo representa a su ideología, sino a su país entero.

Milei, en cambio, no parece haberlo entendido. Viene a Europa a montar el numerito, a ganarse aplausos fáciles entre quienes lo idolatran como símbolo de una “libertad” mal entendida, mientras deja tras de sí un reguero de titulares bochornosos y conflictos diplomáticos innecesarios. No se trata de ideología: se trata de educación.

Pero vayamos un poco más allá del espectáculo. En ese mismo foro económico, Milei defendió, una vez más, que los impuestos no deberían existir. Sí, lo dijo el presidente de un país. ¿Y entonces cómo piensa usted pagar el avión que le trajo, y la casa en que vive allá? ¿Cómo se financian las escuelas, los hospitales, la policía, o, ya que estamos, su propio sueldo presidencial? ¿Y cómo pagar el Ejército?

Si nos guiamos por su lógica, cada cual debería pagarse su sanidad, su educación, su seguridad y hasta su acera. Lo cual, en la práctica, nos llevaría a una distopía donde los barrios ricos tendrían escuelas privadas, hospitales punteros y calles impolutas, y los pobres… bueno, que se las arreglen. Eso no es liberalismo. Eso es simplemente clasismo.

El verdadero liberalismo —el serio, el que escribió John Stuart Mill o Adam Smith— no consiste en eliminar el Estado, sino en garantizar la igualdad de oportunidades, para que cada persona pueda, desde una base común, construir su propio destino. Es decir, no se trata de repartir la riqueza como propone la izquierda en la idea de que ésta se genera por si sola y es infinita, sino de propiciar la igualdad de oportunidades para generarla. Milei, en su versión ultra y ruidosa, confunde el liberalismo con la ley de la selva. O incluso con la selva, así, a secas.

Y si hablamos de libertarios, es aún más grave. Los libertarios predican la libertad total y la desaaprición del Estado. Pero Milei no está desmontando el Estado: lo está redirigiendo. Recorta en salud y educación, pero no en policía. ¿Y eso para qué? ¿Para garantizar la libertad… o para vigilar a quienes le puedan cuestionar? Suena más a autoritarismo selectivo que a libertad total.

Y en medio de todo eso, el espectáculo permanente. Sus defensores justifican sus exabruptos como "espontaneidad", como "frescura" en un mundo político acartonado. Pero no nos engañemos: su histrionismo roza el ridículo. Y aquí viene la pregunta incómoda: ¿qué dirían esos mismos que ahora lo aplauden cuando canta en actos públicos, insulta al Gobierno de España, o habla a gritos, fuera un presidente de izquierdas? ¿No se han burlado hasta el cansancio de Nicolás Maduro por hacer exactamente eso?

¿Que no estarían diciendo de Sánchez esta misma panda, si fuese él quien llamase "bandido" a Milei, o se moviese por un escenario como él, o usase su mismo lenguaje? Y nueva vuelta de tuerca ¿Qué dirían aquellos que aplauden a Maduro, si fuese Feijóo quien se pasase el día con el chandal de la selección española, contase que habla con pajaritos, tuviese un programa en televisión, y cantara y bailara cada vez que ve un micrófono?

Pues ahí lo tienes: doble vara de medir. Lo que le critican a un dirigente chavista, se lo celebran a un presidente “libertario”. El problema no es la forma, es quién la usa. Lo que demuestra que, en el fondo, no hay tanta coherencia como se presume. Hay puro sesgo ideológico.

Y eso, en política, es una trampa peligrosa, porque todos caen en ella.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"