Hay acontecimientos en la vida pública almeriense que no se explican por la lógica, sino por el principio del absurdo. Y la reciente crisis en la Diputación Provincial de Almería es la prueba de que, a veces, la Justicia, en su lento rodar, consigue aquello que la planificación política no quiso nunca: que la institución mire, por fin, hacia donde teóricamente debería tener el alma.
El detonante es conocido: el “Caso Mascarillas”, una investigación de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sobre presuntas mordidas en la compra de material sanitario durante la pandemia, ha provocado un terremoto de escala 5 en la política provincial. La consecuencia más visible y notoria ha sido la dimisión de Javier Aureliano García, que hasta hace apenas unos días ostentaba la Presidencia de la Diputación y, no olvidemos el dato capital, su acta de concejal en el Ayuntamiento de la capital.
Y aquí viene el giro: su sucesor, investido presidente el pasado lunes, es José Antonio García Alcaina, del Partido Popular (PP).
El currículum de García Alcaina hasta el momento era el de un político de la retaguardia: diputado del área de Deportes, Vida Saludable y Juventud, un puesto que suena más a gestión de eventos y mantenimiento de polideportivos que a las grandes ligas de la influencia, y de hecho su despacho ni tan siquiera estaba en el Palacio de la calle Navarro Rodrigo, estaba alejado de donde estaba el núcleo duro político. Pero su verdadero mérito, el que lo convierte en héroe accidental de esta crónica, es que es, ni más ni menos, el alcalde de María.
De María. Un municipio de la comarca de Los Vélez, parte de esa Almería que la Diputación, según sus estatutos, tiene la obligación prioritaria de socorrer. Es una paradoja tan grotesca que casi desarma: para que la institución encargada de los pueblos pequeños caiga en manos de un alcalde de pueblo, ha tenido que mediar un escándalo de presunta corrupción, con supuestas tramas de comisiones por contratos de emergencia.
La historia reciente de la Diputación es la crónica de un secuestro geográfico. Desde que comenzó la actual etapa democrática, con alguna honrosa y puntual excepción, el sillón presidencial ha estado reservado, casi por derecho divino, a las élites municipales de los grandes núcleos.
Hablamos de:
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Javier Aureliano García: Concejal de la capital, aunque presume siempre de ser del pequeño y último municipio creado en la provincia, Balanegra.
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Gabriel Amat: Alcalde de Roquetas de Mar, una ciudad cada vez más grande.
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Juan Carlos Usero: Concejal de la capital.
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José Añez: Concejal de El Ejido, otra gran ciudad de la provincia.
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Luis Rogelio Rodríguez-Comendador: Concejal de la capital.
Parecía que para llegar a la Presidencia de la institución que gestiona fondos vitales para los municipios menores de 20.000 habitantes —programas como el PFEA (Plan de Fomento de Empleo Agrario) o las inversiones en obras y servicios—, era imprescindible tener mando en plaza... Vieja. Una perversión que hacía de la Diputación, más que un colchón para los pequeños, una prolongación del poder de las grandes ciudades, ajenas a las verdaderas urgencias de la Almería interior y rural.
Ahora, por la vía más turbia e impredecible (el “no hay bien que por mal no venga”), un alcalde que sabe lo que cuesta el asfaltado de un camino vecinal o la gestión de una piscina municipal con fondos escasos se sienta en el Palacio de Navarro Rodrigo.
La gran incógnita para los 103 municipios de la provincia no es si García Alcaina es un buen gestor —su reelección en María sugiere que sí—, sino si su origen geográfico implicará un giro en la gestión política. ¿Veremos un cambio en la distribución de recursos? ¿Se dedicará más tiempo y energía a la Comarca del Almanzora, a los Vélez, o al Andarax, que a las demandas de los grandes municipios, que ya tienen la Junta de Andalucía y el Estado como interlocutores directos? ¿Se dedicará menos tiempo a las intrigas palaciegas y más a la gestión?
Hemos necesitado una investigación por presuntas mordidas para que la Diputación regrese, por accidente y por necesidad, a su supuesto punto de partida. La institución, que representa a toda la provincia, ha vuelto al pueblo. Esperemos que el nuevo inquilino no olvide la polvareda de María por la moqueta del despacho.